Cuando era pequeño pensaba que en el año 2000, la gente viviría en la luna, y para el año en que esto escribo, yo sería uno de ellos. Bien, el futuro ha resultado un fraude y la imaginación se voltea en absurdos sueños tecnológicos que desaparecen cuando se ve la roña debajo de sus uñas. Sólo queda esperar un héroe de la imaginación, liviano e inocente que surque las llanuras estelares y pinte de nuevo las estrellas para poder volver a dibujar esa última frontera que el monstruoso tedio moderno ha desdibujado con su indiferencia.
Y si ese sueño no es posible, que la gente se atreva a amar a su prójimo y abandone sus tecnologías portátiles para abarcar con sus ojos maravillados las estrellas.
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