Corría con impulso desesperado hacia el anochecer inmenso. No decía preguntas, cautivo del viento. Llegó a la penumbra del salón adormecido y poseyó ese mundo mágico antes de la tormenta.
Nuna fue fácil aprender a vivir. Preguntaba sin entender, y aplicaba su lógica implacable a un mundo loco. Pero creció en edad y nobleza.Fue arrogante, tierno, estúpido y a veces cayó en el mal. La infamia suscita complicidades; y a veces son contra uno mismo. Sufrió murmuraciones e injusticias. Quizá, sin repararlo, cometió otras. Batalló contra las mediocridades del día a día. Como todos, a veces cayó. Aunque fue peón, y en sus mejores momentos alfil, el destino no le deparó poder ser torre. Huyó de la hipocresía y trató de ser mejor. Pero también aprendió que hay guerras perdidas y que un soldado que huye puede luchar la siguiente batalla. Y el inmenso placer que regala la sensación de batallar sabiendo que la guerra está perdida. Mereció y fue honrado con sus heridas.
También el tiempo cobró su usura. Su pelo cayó y sus sienes se platearon, sus ojos se cansaron de las ligeras permutaciones de los mismos días. Miró a los jóvenes con desagrado y envidia, antes de recuperar su simpatía por el futuro. El cansancio y el sueño le postraron en un lecho amable. Entrevió a Dios perdido en brumas norteñas. La idea de morir era vulgar y deliciosa, volver con los sabios, huir del mundo enloquecido. Pero cada atardecer hería hondo. Jugaba al ajedrez. Lloraba sin motivo. Recordaba naves en llamas, más allá de Orión, sucesos que aún le hacían avergonzarse, amistades perdidas, plegarias que algún duende escuchó. Fue olvidando cada camino que no tomó, y aceptando que sus fantasías acerca de lo que hubiera encontrado en ellos eran pueriles ensoñaciones. A veces seguía rememorándolas, como ejercicios de imaginación, arte de combinar nuestros recuerdos, pesares y anhelos. Trató de olvidar el dolor sufrido, no enseñaba nada, nada que no fuera querer reproducirlo para arrancarse una espina candente que nunca se enfriaba. Recapituló hostias, glorias, cieno, sexo, perplejidades y lágrimas de rabia. Los años siguieron pasando, y todo en él se fue apagando al contraluz del sol poniente. Visitaba su huerto. Las piernas se quebraron. Su cabeza fue declinando su memoria y olvidó en parte quien era.
Y al fin, una mañana clara, encontró amarrada su barca en la otra ribera. Y remó hacia la niebla, perdiéndose poco a poco entre jirones de brisa y ahumada luz blanca, mientras en algún punto radiante y escondido, el dios de la primavera regía vibrante. Dijo adiós a todo eso y llegó hacia costas extrañas..pero aquí el relato se detiene, pues de lo que nada se sabe, es mejor no hablar...
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