Quizá haya siempre en los mejores momentos una conciencia tempestuosa y altiva que alerta de que el tiempo desgarra con su manto de nieve incluso la savia más fresca. No sé si es mejor asentarse en la insatisfacción recurrente pero cálida de unos rostros amables y una vida serena o es mejor buscar la pasión de lo nuevo y tener siempre el equipaje ligero y el calzado listo para saltar y huir.
De cualquier forma, las hojas siguen cayendo de los árboles y el viento las mece durante el breve tiempo en el que el destino las permite volar. Si prefieren caer leves o dar piruetas revoltosas, no lo sé. Pero sé que en cualquier momento, durante cualquier fracción de cualquier segundo, si el tiempo se detuviese entre las ráfagas de frío, los buenos momentos y los malos, los afanes y las dudas, los triunfos y los pesares se reducirían a la conciencia de saber que el suelo espera allí abajo ¡y siempre parece tan cerca! y que el viento, a fin de cuentas, sopla donde quiere. Y que la diferencia entre la quietud y la rebeldía es solo un espejismo que se va desvaneciendo como a veces suelen hacer las nubes y la escarcha.
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