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martes, 20 de diciembre de 2016

La manada, 20 de diciembre.

Quería hablar de la intelectualización del fútbol, tras haber visto comparar a mi admirado Messi con Einstein y Pasteur. Leo varios artículos de deporte de periodistas a los que aprecio que parecen creer que todo mejora cuando se trascendentaliza. Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala, que dijo Cervantes.

Y pensando en Cervantes, he vuelto a pensar que poco cervantino es mi país, y lo que mejoraría si lo adoptara como padre espiritual. Hemos preferido al oscuro Quevedo (banalizado, pero popularizado como chocarrero, lleno de oscuro desprecio y moralismo satisfecho de herirse). Quevedo seria así una mueca hiriente que deriva en carcajada porque el llanto acecha; Cervantes a veces es vulgarmente cruel, pero suele ser irónico, sonriente y sereno, aunque no menos trágico. Pudiéramos haber leído mejor a Quevedo (e interiorizar que todos valemos por lo mejor de que somos capaces y no al contrario), o haber bebido a Cervantes como un vino gustoso, a sorbitos. Creo que seríamos mejores.

El poder de la imaginación, la magia de la ironía, el juego de la realidad y las ficciones, el barroco gusto por los espejos que reflejan otros (como Velázquez), y sobre todo la compasión por los olvidados, el interés por el otro punto de vista, el aprecio de lo popular sin renunciar a la noble pretensión de elevarlo, su amor por la justicia, su anhelo de libertad. Todo lo que a veces parece que la manada que muchas veces nos gusta formar, rechaza. No sé si Cervantes habría abierto una cuenta de twitter. Lo imagino leyendo, tratando de comprender, escribiendo conscientemente evitando de parecer rotundo. Pero no serviría de nada. Nos gusta gritar, zaherir, amenazar. Hemos formado una sociedad frustrada en la que la frustración revierte beneficios a muchos otros, que nunca escriben nada. Pero la manada es culpable de renunciar a serlo, cuando no tiene por qué.

Dundalk imagina hidalgos que embistan las cárceles invisibles.

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