Nos pasamos esperando la vida; esperamos amor, la riqueza, los niños, el reconocimiento, el fin de lo que nos atrapa y zarandea. Nos hemos hecho criaturas de niebla, apenas en el sitio mientras planean otra época de más solidez y calor.
Hace unos días, unos amigos me alojaron en su casa mientras pasaba un fin de semana con ellos. Me explicaron como hacen su propio pan, formas, texturas, ideas. el rito de repetir los pasos para hacer algo semejante y distinto cada vez. Y se me ocurre que los ritos tienen ese poder antiguo y hondo, el de hacer que las cosas se parezcan, se aparezcan ante nosotros como sólidas y duraderas y nos ofrezcan la posibilidad del matiz también, anclados en lo nervudo para cambiar lo ligero, a veces, y jugar con el tiempo, el tiempo que trae sus propios afanes mientras una conciencia de lo presente presta atención y vive. No es solo el pan, el queso, el vino, el huerto, el mueble. Es la fuerza transformadora de las manos y su conexión con el espíritu. Es el rito del agua, la pasión, el cuidado, el recuerdo. Pues somos criaturas de niebla que han olvidado lo que pisan. Quiero crear algo, sin intermediarios, sera humilde y al principio pobre de apariencia, mas real. Y su realidad contagiará mis días, que están ebrios de máscaras y espera de algo que nunca existió. Haré pan, o cultivare mi huerto. Voy a cambiar las tornas.
Y Dundalk se mece frío y luminoso entre las voces que las paredes murmuran, amistosas.
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