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viernes, 16 de diciembre de 2016

Nochevieja del 16 de diciembre. 2016.

Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse

No cabe duda de que el consumidor ha devorado al ciudadano en un escala global bastante resaltable. Pero siempre hubo clases y clases. Yo vengo de una ciudad que va camino, si no lo es ya, de ser un geriátrico con estallidos aislados de masificación juvenile, empaquetada (o embotellada, sería más propio) para un consumo estandarizado que reportara beneficios a unos pocos hosteleros conchabados en una red de clientelismo tan burda como consolidada con unos politicos que pasan la factura en nombre de todos.

No creo que se trate de ser moralista (aunque no se acaba de ver a que imagen universitaria aspira una ciudad con una Universidad Antigua y venerable pero en la actualidad una lamentable institución anquilosada en una mentalidad provinciana y complaciente), ni conservador (aunque uno se pregunta si una clase media devastada por una presión fiscal creciente puede aceptar que sus ingresos sirvan de sostén a negocios y juegos de poder de individuos y cenáculos que no aspiran ni por un Segundo al bien común), ni excéntrico (aunque es obvio que el embrujo de un pasado más o menos remarcable, siempre embellecido, que en otros lugares no muy lejanos asola la convivencia, actúa en la ciudad como un remanso ficticio que impide que las cosas realmente importantes puedan cambiar), ni hipócrita (si, por supuesto, salí, bebí, tuve malas noches e hice tonterias. Pero sin el respaldo de la estupidez del poder incitándome a que bebiera y callara. No se entiende que la “diversión” sea algo relacionado con las sustancias que aletargan la tristeza. Pero que se provea con el sello público de las instituciones compartidas es sencillamente abyecto).

No hay porvenir; nunca hay porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las más grandes mentiras. El verdadero porvenir es hoy. ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Ésta es la única cuestión.

Somos nosotros, claro. Nunca el pueblo suele ser mejor que sus gobernantes, sus hombres de negocio, sus poderosos. Aunque obviamente el mínimo común denominador siempre les ayuda a prosperar y a seguir incólumes, su soberbio camino. Si entre casi doscientas mil personas no hay un mejor alcalde que el que tenemos, o el anterior, cuyos únicos méritos son medrar en partidos políticos, esas asociaciones que huelen a viejo y que solo sobresalen por la supervivencia del menos apto y menos escrupuloso, merecemos que ese alcalde entregue una ciudad que no es suya pero que no sabemos defender a los delirios de unos empresarios que han aprendido que el capitalismo de estado consiste en acaparar ganancias y socializar perdidas, mientras se promueve un calor de establo tan simple que duele; una base de identidad construida alrededor de símbolos oxidados y tradiciones. Sigue siendo una ciudad agradable, rodeada de olvido y pena, decayendo lentamente como sus ancianos. Y no queda un Unamuno que la agite. Y si lo hiciera, no le harían caso. Es más fácil pasar los días en el equivalente contemporáneo de la mesa del casino y los torreznos que el enfrentamiento fútil. Pero hace falta.


¡Poneos en marcha! ¿Que adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro! ¿Qué vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! ¡Luchar!, y ¿cómo?
¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante! ¡Adelante siempre!

Quizá todos hemos sido educados en la comodidad, y en ella hemos perdido ese espíritu caballeresco. Queda la resistencia, las pocas palabras, decir que poner en almoneda un centro monumental y los impuestos de todos para el negocio privado es una golfada, que no vamos a ningún sitio con nuestra universidad patética cuya imagen parece querer confundir el conocimiento con el desfase y que tenemos unos representantes e ídolos de mierda porque somos una sociedad de mierda.

Será el 800 aniversario de la Universidad en un año. Emboscado e insignificante, aquí les espero.




Dundalk camina solo, también decayendo a su manera, mientras los barcos de su puerto imaginan el mar de ayer.


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