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jueves, 2 de marzo de 2017

Dos de marzo del diecisiete. Sueño.

Quizá algún día nos atrapen y juzguen. Oíremos lagrimas de lluvia desde las cañerías gastadas. En lóbregos pasillos cuerpos sin rostro deambularán marcando nuestros pasos tibios.Puede que haya un poniente marcado por un sol naranja en el que la metralla surja, las balas silben y el aire se estremezca, detenido con la lucidez postrera que otorga la presencia de la muerte. Nosotros veremos pasar puertas en corredores que conducen a salones oscuros con presencias aladas. Puede ser que los coros de heraldos negros nos despojen de ascuas y de ganas.Quizá nuestros cuerpos cansados se hundirán en el río del olvido, del que no hay que beber hasta llegar a la otra ribera.Puede que el silencio nos desfigure el rostro.

Pero también pudiera ser que con el furor sagrado de la burla demente que no pide ni concede treguas al absurdo que nos muerde ni a la estupidez abrumadora del mundo de la que formamos parte, lo desafiemos. Quizá lo logremos, ascender hacia la cumbre. Allí el esclavo se ve libre de su amo, y el deseo no nos agita como la hoja rota que el árbol de la ciencia posó en alas del viento.Quizá no nos atraparon, después de todo. Luchando cada lágrima, puede que conquistemos un aroma, entre el fragor de los días haya una fruta vibrante que desprenda un jugo semejante al de eso que la gente entiende, abajo en su valle, por felicidad. El fragor de los días conquistará nuestras heridas y con ellas, una flecha contra el cielo incendiado, la felicidad conquistada y el descanso de su altura.

Un día habrá un recodo. Elegiremos el camino menos transitado. Entonces, no será fácil. Caeremos desde nuestra altura, mientras la nuca se inclina hacia la tierra exigente. Caeremos, sufriremos...y en el último momento, encontraremos todas las respuestas.




Dundalk me presta oráculos que trato de desentrañar con mis cansadas manos.

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