Durante mucho tiempo, me levanté temprano. Con esta novedosa situación y un enemigo invisible asediando las aceras, he tenido la suerte de mantener un empleo y he podido trabajar desde casa. Hace unas semanas leí que ahora la humanidad duerme más horas y no debe saltar de la cama al transporte que lo guiará hacia cada nuevo día; entre eso y una situación de angustia prolongada, quiza sea la causa de que tengamos, o recordemos, más pesadillas, apuntaban.
Puede ser: durante estos meses, cada vez que lo he comentado, la mayor parte de mis amigos reconocían algo parecido, un mayor recuerdo y consciencia de sueños intranquilos. Será que la noche es oscura y alberga terrores y lo desconocido.
Ayer, tuve una. Quizá llamarla pesadilla es exagerar. No recuerdo especial zozobra o incomodidad cuando la vivía. Era uno de esos momentos espesos en los que te ves desde fuera y sabes que sueñas. Yo había llegado con cajas y bolsas y allí tenía algo de comida y mis cosas. No me costó acarrearlas, pero cuando las dejé en un barquito al lado del pantalán, vi que abultaban más de lo que creía. Me senté en el borde, colgando las piernas y disfrutaba del sol, placido y sin preocupaciones.
Entonces llegó, silenciosa, calmada. No era un tsunami. Parecía agua derramada sobre el borde de un recipiente que lo cubría todo sin furia y casi con cuidado. Pero estábamos inermes ante su fuerza tranquila. El barquito perdió su carga, la mía y la colina líquida desguazó sus cuadernas. Yo sentía la paz del vaivén de la fuerza del mar y la tristeza de perder lo que había llegado a atesorar. Entonces, supe que, como todos, debía empezar de nuevo otra vez más. Y cuando la ola pasó, el ocaso se hundía en el mar como una esfera líquida de fulgor que no conocía el pasado ni sentía aprensión por el futuro.
No soy de los que sienten que los sueños pueden tener un mensaje ni busco paralelismos con mis días. Sin embargo, si creo que hay historias que reflejan anhelos y pesares universales en los que merece la pena reparar, antes de seguir con la vida del movimiento apurado, las facturas y el desgaste de los días y las peleas. Todo lo que crees que eres, todo lo que has recogido poco a poco en una vida de euforias y amargura, como las demás, se puede acabar en un segundo. Cuando la ola llegue, y llegará, sin dudarlo, no digas que fue una visión o un espejismo y trata de empezar otra vez, sin mencionar siquiera lo perdido. Y algún día, una corriente amiga te llevará a la tierra del crepúsculo anaranjado y la paz sin memoria.
Dublín acecha desde las alturas de edificios vacíos y estadios roncos de un eco que ya no sabe dar calor y busca una respuesta en el significado de la noche.
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