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jueves, 10 de diciembre de 2020

Thiago. 10 de diciembre.

Vivo en una ciudad relativamente grande. Desde la ventana se ve un rebaño de grúas alzando edificios, el río manso fluyendo hacia un olvido grato, las grúas del puerto, chimeneas altivas y un campo de fútbol y rugby iluminado algunas noches. Cuando uno mira desde lo alto, solo lo fuerte aparece a la vista. 

Sin embargo durante estos meses confusos y ansiosos, la carne se impone, débil, temerosa, frágil.  Uno se fija en los transeúntes que vamos pasando y esperamos un mañana más amable. Uno de los paisajes móviles que variaba y siempre ha estado presente es la de los repartidores de comida, con sus bicis y sus mochilas enormes, llevando sus carreras de un lugar a otro, mientras el brillo de la lluvia reflejaba las luces de las farolas y los neones. Su esfuerzo es el de los todos que han ido salvando lo mejor de los días de los demás de la forma mas noble: sin darse importancia. Ellos fueron y son el fluido vital que corría por las venas desgastadas de la ciudad exangüe.

Hace unas semanas, uno de esos repartidores fue atropellado por un coche que se dio a la fuga. Había llegado desde Brasil, iba a casarse el próximo año. Su cuerpo quedó sobre un cruce y ya nadie pudo asomarse a sus ojos, abiertos ya para siempre al duro aire. 

Hubo una concentración sentida y digna, algunas flores y velas se dejaron en el cruce fatal. Paso a menudo por allí. Las flores se han ido marchitando y las velas y los carteles ya no están, mientras las obras siguen alzando imponentes torres hacia un cielo que no es nuestro. En cada paso que damos hay muescas invisibles de un pasado, líneas borradas que nos recuerdan la indiferencia de la muerte y la fragilidad de todo. Ahora que el viento yergue sus alas sobre el río oscuro que parece detenido como dentro de un sueño, el nuestro, el que espesa la realidad y nos hace dudar de la futilidad de todo y la miseria del recuerdo y la crueldad del olvido, solo quería contaros su historia, la de un trabajador que quizá pudo rendirse y no quiso, decidió pelear y mereció un destino mejor. Thiago Cortés. Descanse en paz.


 


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