El sabio edificó su casa en la roca y el necio edificó en la arena, dice una sabiduría antigua cuyas ondas aún llegan hasta nuestra orilla del estanque. Más débiles, desde luego, porque el ser que perdió el sentido de la trascendencia está perdiendo el sentido de una realidad cada vez más difusa y que parece agresiva cuando no se postra contra temblorosos deseos. Esta imitación a la vida, la delegación de las consecuencias de los actos contra una vida indiferente quizá sea nuestra arena blanda y sutil.
Pienso en ello cada vez que las pantallas prometen al espectador poder ser dueño de su vida. La mayor parte de los actos son huecos, fútiles, brindis al aire. Contra el estigma de los condenados, hay un aura virtual barata y desechable que nunca prospera porque no está pensada para prosperar, sino para brillar antes de que los demás espectadores se aburran. No podemos vivir sin verdad, pero uno era más feliz sin exhibiciones de virtud diaria para la galería. Puedo estar equivocado, pero pienso que la ostentación de la bondad es el mal mismo: lo que edifica cuesta retrasos e inconveniencias pero lo que demuele está jalonado de grandes futuros huecos a los que no se desea llegar en realidad.
Puede que sea el frío el que dicta estas palabras sin mucho raíl, o quizá es la curiosa relación del poder con la verdad. Vivimos culpables de mareas que llegan sin saber por qué, como personajes de Kafka, que no quieren rebelarse porque no hay nada tras el absurdo que los persigue. Es duro edificar sobre la roca de la constancia, y hay un precio a pagar siempre. En tiempos de peste y de crisis morales y económicas, quienes tienen voz la usan para humillar a los que sufren. Muchos desean un discurso injusto que tenga sentido a uno que dé al azar el escalofriante valor que juega en nuestras vidas. Y si tienes la mala suerte de caer de forma que estorbe al que desea ceñir la corona, no habrá grandiosos monumentos, ni modestas cruces, ni placas oxidadas, solo mala hierba y olvido. Será un consenso amplio, feliz y orgullosamente falso. El Leviatán necesita el calor del miedo de sus sojuzgados para extender sus alas. La mentira es la fuerza que mueve y domina el mundo.
El prudente edificó su casa en la roca y sudó para mantenerla contra la corriente desdeñosa de los días. Los simples edificaron en la arena y llenaron su corazón de rencor. Llenaron las pantallas de convicción moral y moda. Se convencieron, y convencieron a otros, de la injusticia que se las había hecho. La casa sobre la roca ya no existe hoy, derruida por hombres huecos, que arriman su palabrería sobre cualquiera e imponen la falta de sensibilidad de su mundo y usurpan los ideales con su filfa vacía.
El verdadero sabio no edificó su casa y buscó un camino escondido.
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