Es una presencia que acecha muchas ficciones y sueños. Es una sombra blanca que desciende sobre los reinos de los hombres como el trasfondo de un sentido olvidado. Puede ser leche maternal cálida y hermosa o un siniestro brillo que desfigura los contornos que nos resultan familiares para despojarlos de cercanía y devolvérnoslos fieros.
En el río que nunca es el mismo y siempre corre y nos lleva en él, es un velo en los ojos, como los de el Ensayo sobre la ceguera, o Los inocentes (o Kafka, ciudadano Kane y Los Otros y tantos otros) un espejismo que trae un recuerdo del que perdemos todo salvo su rastro postrero.
Hoy la niebla cae sobre la ciudad y los brillos tienen aura y las sombras se acercan y la realidad está más lejos y la vida espera.A lo lejos, sombras tras de la piedra arañan la pared del día con su inútil ternura y el néctar del porvenir gotea sobre los muros ocres. Mientras las figuras pasan y se pierden para siempre, entreveo una conjetura, acaso forzada: la bruma oculta lo obvio para resaltar lo escondido, lo discutido, lo que no puede ser definido o nombrado. Quizá la neblina que se posa sobre los seres alumbra el misterio del ser humano, informe y difuso y que nadie puede aspirar a tocar sin ser burlado, llenas las manos del humo que aún resiste a las luces, los edificios imponentes y las voces que quieren imponer su reino bajo una luz agotadora y cruel.
O al menos, eso siento hoy, mientras un barco de luces doradas luce frente a mi ventana abriéndose paso valiente mente hacia el mar y la noche espesa, como las perpetuas preguntas en las que, inermes y cautivos, aún nos agitamos.
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