Hay muchas veces, la mayoría, que uno no tiene mucho que decir. Ya demasiadas tonterías escribo. Los días pasan iguales, no se trata de escribir por mostrar a quien escribe, sino algo más compartido y al cabo, no es tan importante. Uno piensa que en un mundo construido sobre el olvido, no es probable que pueda hilarse una trama que viene desde lo aprendido hacia lo anhelado y no obstante, cree que quizá pueda dejar algo.
Otros han visto el origen de la furia y el rencor en ese amor frustrado, el que deseamos dar a un mundo que no lo recoge, ocupados todos en de-mostrarse y acaparar foco. De esa indiferencia que es en realidad la misma sed, crecen trincheras y odio. Baltasar Gracián afirmó que el sabio quiere gobernar para los necios, porque los sabios son pocos; en definitiva, los sabios son los que leen a Gracián y se consuelan con ello. Los otros son legión, los que no sienten, no piensan, no se agitan con la misma música. Al final, coincidimos, la gente es tonta (como lo somos todos un poco cuando nos creemos más listos), cruel (como todos los rebaños), peligrosa (como los que han sufrido mucho peligro). En esas confusiones, la vida mengua y los días se apelmazan en repeticiones. Creo que hace falta saber encontrar los momentos que los hacen distintos.
Quizá escribir sirva para conjurar ese néctar del día, aun a una escala mínima, Leer también, y desechar lo que no sirve a la vida. Hoy ha habido cosas: Leo una entrevista de Murakami, autor que me gusta, pontificando sobre las centrales nucleares en un país al otro extremo del mundo de aquel en el que habita, sin ningún conocimiento especial que se sepa, sobre ello. Pos fale, pos malegro. Recuerdo un pasaje de un libro acerca de las especias y de la historia humana del deseo, Las teorías acerca de las exóticas especias tendían a contradecirse, pero siempre eran útiles porque buscaban la explicación tras el hecho. Esa forma de razonar hoy se lleva mucho. Nada se recuerda, todo se agota y cuando puede usarse, se lo rescata. Pongo una serie documental sobre Albert Einstein. A los cinco minutos, Einstein follando. No un joven Einstein, no. La imagen canónica, con el bigote y despelujado, hablando mientras su mujer le dice que se calle y se centre. Pues nada. Las series son el opio del pueblo, o yo no quiero hablar de las que me gustan, y hablan en necio al pueblo para darle gusto. No me jodas.
De lo demás, trabajo, lectura, algo de ajedrez, algo de deporte, la luz que declina, una brisa suave que acuna el atardecer y el convencimiento de que hay que seguir peleando, cavando para encontrar gemas entre el carbón, como si todo ya estuviera perdido. Las grúas duermen de pie contra las nubes oscuras. A veces, no es tanto que contar, sino ser, sea lo que sea que seamos. La noche es una mancha de tinta sobre un mundo hermoso y raro, que aún esconde más luz de la que nunca seremos capaces de mirar. Y los días pasan, tan callando...