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lunes, 19 de abril de 2021

Los ricos también lloran. La rebelión de las élites. 19/04/21.

 Maravillas del mundo de hoy: parece que una situación acomodada requiere amargas quejas. El actor, el cantante sin "vida normal". El político incomprendido El futbolista silbado. La lista es inabarcable, consecuencia del prestigio de la víctima, real o ficticia. Solo era cuestión de tiempo que clubes millonarios se quejasen del lastre que es jugar cada fin de semana contra paquetes y organizasen su propia tribu.

Entendámonos: la UEFA es una modesta organización sin ánimo de lucro radicada en un país neutral; ha traficado sin demasiado escrúpulo con el resorte que movía el fútbol: el sentimiento, un tanto pueril, como suelen ser los de la infancia recobrada. En su vértigo inabarcable, ha organizado torneos absurdos, ha castigado a los clubes y a los jugadores a calendarios delirantes, ha despreciado a los aficionados y ha abusado de su posición de intermediario. Ha colaborado activamente en modernizar el fútbol y lucrarse gozosamente con ello. Era cuestión de tiempo que alguien diera voz a lo que ella ha practicado, yendo un paso más allá. Los sentimientos a veces son obstáculos para ganar más dinero, si son exagerados. Necesitamos algo menos de pasión y algo más de entretenimiento. Menos deporte y más espectáculo. Es el signo de los tiempos. Es la rebelión de las élites.

Cojo prestado el término de un libro de Christopher Lasch, con una idea central audaz. Las élites han decidido abandonar lo común porque pueden vivir mejor aisladas de las servidumbres de esa convivencia. Es un paso más allá, desde una aceptación de cierta desigualdad, hasta cierto punto inevitable, hasta la constatación de que el dinero se ha impuesto sobre todas las jerarquías previas, un valor único que lo mide todo. Soy consciente de que suena forzado y santurrón; no obstante, creo que es cierto como principio. Si el dinero lo es todo, lo demás acaba tendiendo a ser nada. La idea de una Superliga tiene mucho sentido desde un punto de vista económico y de negocio, supongo. El problema, para algunos de nosotros, es que solo parece tener sentido atendiendo a ese valor. No obstante, reconozco que parece lógico que una conciencia que ya estaba fuera de este mundo se aleje aún más del mundo aplicando un realismo implacable . Los muy ricos se aíslan de los ricos, después de que todos hayan colaborado en el enajenamiento de sus aficionados, en un desprecio constante. Este parece el paso siguiente: quien tiene fuerza y poder puede presionar siempre con romper la baraja para conseguir aún más influencia. Vae Victis.

La idea del aislamiento de las élites de los asuntos de la comunidad me parece muy aplicable a este órdago. Supongo que la idea es lanzar una amenaza muy fuerte que obligue a negociar una solución intermedia...en la que los clubes más ricos saldrán ganando. Tampoco parece haber mucho deporte en el deporte hiperprofesionalizado de hoy. Todo es una papilla de novedades  tras triturar los acontecimientos para una audiencia ansiosa de lo nuevo. Esa ansia de entretenimiento y espectáculo corresponde a la venta de sensaciones manufacturadas y quizá debiera ser lo contrario del deporte, genuina pasión a través de la agonía y el respeto. Y somos nosotros quienes lo compramos a diario. Es el zumbido de la ansiedad que recorre la civilización y requiere la velocidad de lo novedoso, un malestar en la cultura que requiere tonos cada vez más brillantes.

Y sin embargo, parece que la brillantina apenas enmascara colores que se apagan sin remedio. Es la guerra que libramos, la idea del globalismo contra el Cosmopolitismo, ser un consumidor global o ser ciudadano del mundo. La primera se aparece como la venta al por mayor de vigor, juventud y triunfo, que muestran una sociedad débil, cansada y algo rijosa buscando desesperadamente chutes de energía, un lugar de mercado donde todas las diferencias se aceptan porque todo es accesorio salvo la cartera, el mundo como supermercado. Qué se puede decir. No consuman, eso es todo. Parece que la única elección del habitante de la ciudad es elegir lo que no necesita. Que así sea. No consuman.

Cae la tarde sobre un mundo que va demasiado deprisa. Uno ya no es tan joven para adaptarse a todo. Las nubes pasan sutiles y el mar sigue esperando. Quizá eso sea lo que quede, una mirada a lo que permanece para saber desprenderse de lo que creímos que siempre nos acompañaría. Es arduo batallar contra lo inexorable. Por cada aficionado de estadio que se pierde, aparecen cien espectadores y la ambición forma parte de la condición humana. Es solo que llega un momento, único, distinto para cada uno, en el que uno deja de molestarse. Que negocien, hagan una Champions de 57 equipos o los fanáticos de un equipo a los que no les gusta el fútbol jaleen los entrenamientos de sus guerreros. Queda la memoria, el sueño, el pasado y la esperanza, el sabor compartido. Aún queda el balón. Para todo lo demás, ya era demasiado tarde.


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