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jueves, 16 de septiembre de 2021

Tres anillos. 16/09/21.

Alguien llega de lejos. Ha dejado todo atrás, salvo lo que le cupo en una maleta vieja de cartón. Fatigada, ha subido las escaleras bajo un sol generoso de luz. Bajo un arco, la oscuridad comienza. Hacia allí la viajera se sumerge en la oscuridad, como si fueran las fauces de un dragón.

El poder de la representación de la realidad parece equivalente a su incógnita. La forma en que narramos, nos contamos relatos y agitamos los hechos confusos para despojarlos de polvo indeseado, pulimos sus aristas y los encajamos, mal que bien, en una sucesión ordenada según nuestras categorías. La capacidad de hacer pasar lo contado por lo ocurrido es capacidad de comunicación, acaso el secreto inasible del arte, fácil de asumir al principio, una espiral inacabable de posibles axiomas derivados cuanto mas se piensa. Hace unos meses, visité el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Creía que una visita terrible puede al menos acercar la comprensión de un horror infinito. Yo no supe, no pude, me hundí en la literalidad de lo que veía, que ya era más de lo que uno puede sentir. La cabeza acepta los números, el corazón rechaza estadísticas. 

Acabo de terminar un librito estupendo del estupendo escritor Daniel Mendelsohn. Trata entreveradamente de la naturaleza de la realidad y las palpitaciones de la ficción, del movimiento como libertad o como huida (si es que hay diferencia), los meandros de la razón y  el azar, la razón y la violencia. Me parece que su tema principal, en el que se combinan las iteraciones nombradas es el dilema de la representación de lo real: La realidad escapa de algún modo a lo que pretende fijarla pero hay formas de contarla que nos parecen más reales que nuestro pasar confuso por la tierra, durante el tiempo que nos ha sido concedido.

Tres anillos, así se llama, ilustra el dilema con filología y literatura comparada. Hay un modo optimista de contar, que correspondería a la forma griega, desde Homero, el anhelo de contener todo el mundo en cada frase, como en el escudo de Aquiles. Hay un modo pesimista de aproximarse, el hebreo, en el que las sombras del silencio dan relieve a las luces de lo contado pero desvanecen cualquier opción de abarcar lo que existe. No hay formas puras, pero todas se aproximan a una de ellas, quizá. Quizá la literatura sea una forma de conocer la complejidad de lo que nos rodea o puede que sea incapaz de ir más allá de la elección de un ángulo de los casi infinitos posibles, el reflejo de uno de los cristales rotos del espejo de un mundo inmóvil bajo las apariencias.

Los anillos, los círculos, forman parte de una técnica narrativa que se aleja de una trama para introducir otra y tras crearla y acabarla, retomar la anterior. El juego admite muchas formas, desde que Homero mando a Odiseo a vivir aventuras y a crear parte de nuestra visión del mundo. Odiseo, el que va por muchos caminos y se pierde en recovecos y desvíos para seguir volviendo a donde lo esperan. Mendelsohn ha explorado esa forma en su obra literaria, desde su condición gay hasta la historia familiar (judío, parte de su familia se perdió para siempre en el Holocausto), su relación con su padre y su propio viaje a Ítaca a la vez que historias de exilio y temor der ser encontrado. Porque lo que nos cuenta del todo puede fosilizar lo que nos mantiene vivos y lo que renuncia a narrarnos puede esconder oscuridades que no deseamos afrontar. A menudo, lo que nos salva está precisamente en el lugar al que no deseamos ir.

Así, estas breves notas sobre Europa y su destrucción cruel y estúpida, el exilio, la destrucción y la voluntad concurren en Estambul, la mágica. Roma es su capital, Atenas su cuna, Jerusalén su alma, Estambul su misterio, de dentro y de fuera, atracción y amenaza, el refugio para los exiliados que quisieron cantar a una tierra que se empeñaba en destruir lo mejor que los siglos habían destilado de ella.  Odiseos temerosos de monstruos, audaces rescatadores del alma del mundo.

Cuando uno acaba estas páginas, nada está resuelto. Por supuesto; es ingenuo pensar que un ensayo, una novela, pueden cambiar el mundo. La historia es el conjunto de lo que pasa, la poesía el intento de ordenar una relación entre lo que acontece. Me parece que el buen arte comunica entre los resquicios inevitables verdades profundas que yacen en la oscuridad, más allá de la precisión de su encarnación. Es en ese juego entre lo revelado y lo conjeturado donde prospera el arte de la narración. Quizá yo soy de la escuela pesimista y otros creen que la luz puede bañarlo todo y se trata de comunicar lo que llega con más fuerza al corazón, eligiendo un silencio que no es oscuridad, sino forma menos pulida del pensamiento o lo que sentimos.

Siempre habrá algo que no comprendemos pero que necesitamos contemplar, desde la belleza de un atardecer en el mar de los antiguos, la verdad del esplendor de una pirámide inconcebible o el abismo sin fin que esconde toda comprensión ,el terrible destino de los que no pudieron huir, el odio, el fin de la historia en barracones que vieron lo que no podemos creer con el corazón por más que el cerebro nos llene de razones, especulaciones y razonamientos que se topan contra el enigma del mal. Puede que esa sea otra barrera a la representación. En un mundo regido por la necesidad y el azar el mal existe, una herida que nunca se marchita...y existe el bien, una luz que nunca puede perderse. Y entender eso quizá lo cambiaría todo.

Es de noche ya. Dublín apagó su atardecer en un incendio furioso contra las siluetas de los edificios de los lados del río y sigue pasando, como una novela hecha de millones de novelas que se entrelazan, separan, cortan y unen tramas sin un sentido aparente y más allá de toda representación comprensible. Sin embargo, en un día de cada persona están todos los días y todo fue posible una vez más. En el centro, los tranvías aún corren contra la noche y hay bancos en los paseos del río donde se tumban los que no tienen techo mientras no llueva. Las vidas pasan y corren y el tiempo sigue su curso, en la ciudad modesta y solitaria por donde aún vaga Ulises.



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