Alzarse el alma a aquel anhelo
Enredándose en las dulces sábanas de la luz temprana
Caminar sin rumbo hacia la fuente amena
Y acabar el gusto agrio del pan del solitario.
Hoy quisiera alcanzar más alto el cielo
Más azul su cobijo, más amable su herida.
Al atardecer cansado que convoca al lamento
Ofrecer deseo la figura de mi ausencia quieta.
Y no saber ya más del tapiado jardín
Donde todo ocurre sin acunar las hojas
Del árbol de la vida para siempre discreto
Porque quien acepta la audacia de seguir mañana
Verá en sus nervudas manos las vacías promesas.
Ni tampoco saber, ni querer ser consciente
De este mundo cansado donde los dioses arden
Y extienden su fiebre a confusos arrieros
Que avanzan ligeros por colinas brumosas
Cuando el afán inútil se convierte en sendero
Y el sendero en risco abrupto con jirones de pena.
La aurora proscrita contra el mar del verano
En la armonía distante que la razón confunde
Es un grito callado que hay quienes llaman nada
Y otros dicen eternidad o instante.
No quiero estar tampoco en la ciudad aciaga
Que ansía la levedad del molde de un te quiero
En el abismo oscuro donde los sueños vibran
Vibran un instante antes de caer con estrépito.
Dejadme el espacio voraz, dejadme sus edades
Su misterio, su asombro, su silencio
Su resplandor lejano, su distancia inasible
Despojadme de ser yo y sabedme lejos;
No despojéis del amanecer a la alondra
Ni al corazón ahíto su rincón de esperanza
Surcando el breve instante en que el olvido parpadea
Mientras se vuelve al reposo, la inocencia, el anhelo.
Desaparecer un día. Aventarse en la era
Dar oficio a la llama, verter un suave aroma
De una pequeña luz en el umbral de un miedo.
Y enamorado al fin, deshacerme en la escena
De los naranjos altos y el rumor de arroyos.
Habitar siempre allí, en la confusión plena
De motivo y de tiempo, de sabor y de asombro
Que hay quienes llaman eternidad
Y otros llaman ser nada.
Que hay quienes llaman eternidad
Y otros llaman ser nada.
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