Todo es triste al volver, escribió alguien. No creo que sea cierto. Volver ofrece a cambio otras retribuciones: saber que hay dos sitios, o más, que puedes considerar que son tuyos, a donde perteneces. La serenidad de un favor, por el momento, del destino. Voluntad de pelea concreta por lo poco que has descubierto que importa. Lugares y rostros amados en ambas distancias. Preguntas acuciantes, quizá pertinentes, que muestran la pasión de un alma. ¿Acaso toda la materia convocada en mí durante un guiño del tiempo fue solo por esto? ¿hay algo más? Y si lo hay...¿dónde hallarlo? Algo que hacer, sentir, elevar, perseguir, pelear, contemplar, sonreír.
Volver es el coraje de tratar de sostener un recuerdo en la lucha de hoy y mantenerlo grato. Se piensa que todo paso en lo desconocido entraña peligros, cierto es. Me parece que cada paso en tierra conocida no es menos riesgoso: cada suelo tiene sus propios fantasmas. Pero no es este un mundo para correr delante de ellos, pues destruyen, sino detrás, pues puede salvarnos. Y así, pese a todo, volvemos, repetimos y buscamos patrones, coincidencias, que nos hagan sentir que la vida es única y escapa a la comprensión prosaica de lo que nos pasa. El acontecer nunca es el mismo y a la vez, tampoco hay nada nuevo. Quizá volver a lo posible, a lo que pueda volver a sorprendernos, es un buen misterio, puede que uno de los pocos auténticos. Las aves siguen surcando el cielo, el sol es aquí más lejano y la luz más pálida. Hay caras cansadas en todos los lugares, reparan un puente sobre el río y la vida vuelve a pasar sobre nuestros pesares y anhelos, indiferente y hermosa como una Diosa de porcelana. Volver para tratar de encontrar lo que sigue brillando sobre el sedimento gris de lo anterior. Volver para tener la ilusión de una nueva ocasión distinta y poder regresar de nuevo.
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