Todos los tiempos han sido difíciles, pero estos son también grotescos. Sirvientes de la virtud la arrojan contra los tabúes erigidos en pedestales que su voz ronca eleva. Hipérboles maliciosas lanzan la angustia por caminos de barro. El rencor y la codicia parecen todo lo que existe. El espíritu burlón y el alma quieta pasean de la mano, generalmente contra los débiles. Y sin embargo, la calle resiste (al menos las que tengo la suerte de llamar mías). Pero bien sé que hay una corriente subterránea de resentimiento que tiembla bajo su tranquilidad.
Es curioso. Creo que gran parte de la bronquedad que vivimos es la frustración del amor que desea dar el alma y que no encuentra objeto. Vivimos cómodos, pero todos necesitamos sentirnos tratados con dignidad en una sociedad decente para observarnos plenos. El amor a las mascotas y a las grandes Ideas, la ansiedad por el dinero fácil y el éxito, el miedo a la mediocridad y al olvido son caras diferentes de un mismo prisma: deseamos amar y sentir que somos diferentes para aquellos pocos que son diferentes para nosotros. O antes era así; hoy parece que consiste en demostrar la excepcionalidad permanente de...todos.
Supongo que el deseo de ser diferentes, mejores, en lugar de aprender a ser iguales (un aprendizaje arduo y amargo a veces) nos ha llevado a la pelea sin fin, a la pelea por un trofeo vacuo. No ayuda un mundo que es un escenario con miles de cámaras, un panóptico que vigila cada detalle de la celda. ¿Cómo no ser histriónico cuando el mundo lo mira a uno? Pero pocos miran. Todos andan ocupados representando lo suyo. Mas la lucha perpetua cansa. Necesitamos un punto en el que la angustia no devore el anhelo de euforia constante que secretamente la forma. Deseamos la magia secreta del encuentro, tras tanta exhibición. Pero como nos cuesta aprender llegar a acuerdos, se trata de imponer el siniestro consenso.
Tratar de terminologías es pueril. Hay muchos que desean cambiar lo establecido, lanzar proclamas rompedoras a través de la semántica (de nuevo, la pugna perpetua por destacar la frente). Intentaré no hacerlo yo. Entiendo que el acuerdo es el encuentro de voluntades dispuestas a renunciar. El consenso es la exigencia de que todos se sitúen en unas coordenadas morales y sociales que la mayoría (en realidad la minoría organizada que la somete) demanda. Es el mandato que muchos hunos y hotros desean imponer para salvarnos de los pánicos morales que excitan. Y el papel del consenso es velar la lucha legítima de ideas e intereses en una tela oscura de hipocresía y amenaza. Y así, hacer que todos los gregarios puedan sentirse absolutamente especiales.
Las dictaduras crean consenso. Un acuerdo de posiciones enfrentadas da espacio a la libertad. El consenso abarca la vida para tratar inútilmente de hacer de ella lo que no puede ser. Tocqueville decía que la democracia no es el sistema más sabio o justo...pero es el que permite más posibilidades a resultas de la energía que crea, la energía de los iguales con diferentes aspiraciones tratando de ser iguales y abriendo la libertad de la vida en sus afanes. No para demostrar que son mejores o más probos, sino para seguir sus propias inclinaciones, diversas y alegres. Esa es la energía de la discrepancia, la diferencia y la asunción de juego limpio. El consenso trata de ahogar esa energía en razones morales, políticas, de Estado, de fuerza, de miedo, de envidia, de odio. Y lo hace porque tiene miedo de tu libertad. ¿Acaso vas a tenerlo tú también?
¡Mira! El cielo se abre tras el chaparrón de la mañana. Un rumor de vida sube sobre las aguas como el humo de la ciudad va al mar para perderse. Un sol débil pinta con delicadeza las aristas de la tarde y los jirones de nubes, las aves revolotean juguetonas y el río va alto sobre su cauce. El caudal crea un reflejo de lo que puede llegar mañana. La brisa acaricia las ramas y las miradas se abren contra la luz cansada. Lo invisible brota donde quiere y a lo lejos los perfiles de la montaña son difusos y altivos. La vida llega y espera nuestros brazos fuertes y nuestra voz tranquila, unas manos que se abran y un corazón que sepa reconocer por fin, cuando despertemos.
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