Cuando el deshielo había desnudado los campos y las cigüeñas volvían, cuando la mañana despuntaba sobre el filo del primer lucero, una figura apareció al final del camino. Tras penares y sorpresas, llegó a su antigua casa. Había vuelto, marcado, pero intacto. Lo habían perseguido por buenas razones. Había dicho No.
El cultivo del yo quizá sea una de las decisiones más arriesgadas. No solo porque es el precursor del terror, como vieron los sabios de ayer. Nadie hizo caso, porque nadie escucha, y menos que a nadie a quienes advierten de lo funesto. La expansión ilimitada del yo es una pulsión de muerte y ha de traer el terror. Es lo lógico: cuando lo que acostumbra a chocar desea destruir y es una decisión ubicua y adoptada por la mayoría, la hegemonía tiembla y busca lo que más la conmueva. Lo que más estremezca. Lo brutal.
Somos hijos del romanticismo cultural y político; no el que manufactura sentimientos, sino el que deseaba liberarlos y alzar la voluntad por encima de lo posible, el deseo sobre la realidad arisca. Hay quienes desean otorgar a su espíritu el cetro de la historia y su determinación acaba arrojada contra las rocas por las olas que convocan otros más fuertes. Esto es lo más habitual. También hay una minoría de supervivientes que pueden acabar creyendo que hay un designio tras su ascenso. En ocasiones, cuando se dan condiciones determinadas, otros desean esconderse bajo las alas de los líderes, los conductores de masas, los conquistadores del mundo. Y sus pequeñas fuerzas multiplicadas por millones se añaden en una corriente irracional de miedo y deseo oscuro.
No sé si hay forma de embridar esa fuerza amenazante del yo. Se me ocurre otro concepto, a su vez duro y corrosivo en ocasiones, no. Decir no. Puede ser a veces rudo, seco, cruel con otros. Cuando se refiere al trato con un grupo o una sociedad, el No es una barrera hermosísima que afirma la libertad y somete la voluntad que aspira a absorber la propia. El No limita el impulso del Yo y el Yo sujeta la fortaleza del No.
Hay un libro de corte biográfico de título inmejorable. Lo escribió Joachim Fest, un historiador de una familia acosada por un régimen diabólico y que supo resistirse para mantener su alma. Su titulo es simple (e inmejorable, repito), YO NO, y quizá en estas dos palabras esté la respuesta más propicia y adecuada contra las grandes y las pequeñas tiranías.
Cae la tarde entre nubes grises de lluvia y el agua repica contra los charcos. Las luces tiemblan contra el aire gris y la noche empieza a mostrarse tras los edificios apagados. Los pocos que pasean, apresurados, llevan en su mente y en su corazón otras inquietudes y pesares. Intento imaginar cuales sean, les deseo lo mejor y vuelvo a mi cuarto, para beber un té caliente y sentir el calor de su embrujo, mientras deseo que cuando el Yo gruña y pida más que todo esto, haya un No que pueda contenerlo y nada ni nadie sustraiga esa determinación. El mar arrastra sus despojos y el viento maltrata las hojas y las briznas de hierba. Ellos pueden dejarse mover o buscar un dueño contra los quebrantos de la incertidumbre. Yo no.
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