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sábado, 17 de diciembre de 2022

Andresillo y el peligro de los buenos. 17 de diciembre.

La historia es bien sabida: en su primera salida, Don Quijote se encuentra a un amo azotando a su sirviente. Don Quijote, el estrafalario, causa temor en Juan Haldudo, el amo, cuando amenaza con su lanza y duelos que castiguen su violencia. Sin embargo, las razones que Don Quijote desgrana después, irreales, etéreas, persuaden a Haldudo de que nada malo puede pasarle si es amenazado en nombre del exhibicionismo del héroe. Al alcanzar un acuerdo de honor en nombre del ideal puro, el mozo es de nuevo atado al árbol y golpeado con más saña. Nada sabe Don Quijote del daño, convencido de haber actuado en favor de la justicia. Páginas después Andresillo le referirá la historia, añadiendo que por favor se abstenga de ayudarle si en una ocasión igual se viera.

La ironía es cristalina; hay quien evalúa la probidad de sus actos por el bienestar psicológico propio, no por la consideración de la simple realidad. Y no ha cambiado tanto, creo. Por delirante que resulte, gran parte de los problemas de hoy se derivan de la incapacidad de mantener un enfoque realista de los retos de la existencia, privados y públicos, individuales y colectivos. Nietzsche distingue al bueno del noble. Quizá en este tiempo hay que distinguir al infatuado del bueno. Al igual que el resentimiento es la cólera de los cobardes, el sentimentalismo es la máxima audacia que es capaz de alcanzar quien no posee coraje.

La dictadura de la banalidad del bien llega a extremos asombrosos. Hay violencias altruistas, robos por buenas razones, violencias justificadas en su propio ensueño. Hay un mundo en el que el simple acto declarativo pesa más que el acto que se cometa en su nombre. Pareciera que estamos a pocas vueltas de tuerca de que las buenas intenciones hagan admirable el asesinato.

La pequeña ciudad que me ve de nuevo y me verá pasar está adormecida, mas las olas de esta existencia crispada, está agitación febril del espíritu llegan a ella también. No queda sino encontrar un pequeño huerto de recuerdo, esperanza e ingenuidad humana para sentir que el vaivén de su mar es inevitable, pero no es perentorio sujetarse a él. Y caminar hacia un lugar distinto, como sea salvo con la turbia satisfacción de un sentimiento inútil que convoca el mal de otros.  Toda libertad absoluta deriva en violencia, y la del ego no lo es menos. Lo que te puede dar la verdad, la piedad no logrará erosionarlo. 



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