Me gusta viajar, porque querría ser otro tantas veces y el viaje hace el olvido; vaciando una parte de ti, permite formarte, por unos días, otra vida, sepultadas lealtades y rutinas, conservando lo que más caro te sea. Con su prestidigitación y asombro, el viaje despierta una embriaguez serena, la contemplación de uno de los mundos posibles que pueden existir en nosotros.
Todo esto me parece cierto, al menos para mí, ¿y para quién otro podría serlo?. Sin embargo, me basta saber con que las maravillas del mundo existen, no preciso visitarlas. Quiero decir, deseo visitarlas, pero su contemplación no suple la idea de la ciudad, el país, sedimentaciones de la historia, el paso, las cicatrices y las fusiones que uno se hace, sabiendo que son incompletas y parciales, más apegadas a una forma de ser y a la ignorancia de los tópicos: nadie conoce a nadie, y un lugar es una ebullición de nadies que se suplen pronto, un cambio que se superpone a la entidad que forma.
No, no necesito imperiosamente visitar. Pero necesito saber que existen y que forman parte de mi mundo, son mi mundo. Como la estrella de un cielo conocido, su presencia, aún lejana, es simplemente lo que marca la diferencia. Hay otras señales desconocidas, modestos lugares que esperan a ser parte de la vida de alguien. En su búsqueda incesante, agotamos los días, del cuerpo y la imaginación para entrar en vestíbulos luminosos, pasillos nuevos y de aroma antiguo que nos llevan, de mano de sutiles melodías, de vuelta al lugar al que deseamos volver y descansar, al consolador humo de la lumbre, un lugar maternal y en el que luce un ancestral misterio, al hechizo infinito de sentirse volviendo a casa.
He leído que hoy hace 1485 años exactos de la finalización de Haiga Sofía. Es un lugar al que deseo ir, como si volviera a un lugar que he imaginado tanto que siento que estuve un día. Hoy, cuando un sol tímido luce detrás de edificios de pisos marcados por el humo y la herrumbre, sabiendo que el mismo astro reina sobre todo, la maravilla y la ruina, el deseo de seguir viviendo como si todo fuera mágico y el Mundo el mundo más extraño es lo único que sirve. Y lo demás, será silencio, desolación y abandono, para los que habrá ya tiempo. Hoy no será ese día. El viaje es incesante.
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