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domingo, 4 de diciembre de 2022

El zaragozano. Cuatro de diciembre.

Quién sabe lo que acaba por remover el sedimento de la memoria: traído por no sé que brisa, he recordado otros inviernos en la tierra de mis padres, más seca, dura, auténtica. Tengo por más real muchos de mis recuerdos que lo que me pasa, porque lo que me pasa no es lo que yo estaba buscando. Supongo que el peligro de esta búsqueda infinita es agrietar las manos esperando que el momento en el que lo demás cobra sentido llegue al fin y nunca lo haga, o no saber reconocerlo. Lumbre, campanas, ladridos, carracas, gritos, frío, ojos, niebla. En fin, no es nada excepcional. Todos tendréis las vuestras.

Lo que he recordado antes, y trato de desanudar un poco ahora es el almanaque (que, miro ahora, viene del árabe  المناخ al-manākh, 'ciclo anual') que mis abuelos tenían a la izquierda de su aparato de televisión, en la cocina, el zaragozano. Las gentes del campo vivían y temían el día que siempre amagaba con agostar o perder la cosecha, el trabajo, todo. Tiempos duros. Veían las predicciones, desde la sabiduría de entonces que se completaba con las sumas de sus ignorancias, como la nuestra. Recordaban, especulaban, hacían sus planes, mascullaban los refranes ya sabidos y citas de grandes personajes ilustres, el legado que ellos podían atesorar. Puede que se acordaran que pasó en el mismo santo tiempo atrás, cuando estuvieron en un mercado de algún pueblo cercano. He leído en algún libro que ellos eran provincianos en el espacio como lo somos nosotros en el tiempo. Quiero creer que es cierto, para no caer en la arrogancia insensata de quien cree que el Mundo puede empezar de cero con él. Recuerdo pequeñas notas, sumas simples en sus páginas, el orgullo de la lectura y las cuatro reglas. No, no somos conscientes de lo que nos han legado. Lo que sufrieron para que el futuro fuera menos sufriente.

He visto hace unos días la portada del zaragozano, con su señor serio en portada y todo lo que ofrece a las buenas gentes. Hoy ya no es mas que agradable recuerdo para mí, de un tiempo y un lugar que fueron verduras de las eras para mí y hoy lo serán para otros. Los santos que despiertan a los muertos, los lugares de feria, los mercados y los abastos, la piedra, la lluvia y la tormenta, la sequía y la escarcha. Hay otros detalles que mueven al cariño: las estrellas, como son 'nuestras ciudades', las formas de constelaciones lejanas, que pasó el siglo pasado, tiempos de siembra, las distancias kilométricas de lugares a los que nunca pudieron soñar ir. Todo cabe en una vida, en cualquiera. Pasando la página día a día, dejándose la piel en cada surco, cada golpe de azada. Dios los bendiga...y brille para ellos la luz eterna.

El viento aúlla hoy. Ha caído granizo y una lluvia agitada, desde las calles de tiendas hasta el puerto, del faro a las luces de Navidad. Aún podemos soñar con un mundo que es nuestro. Desde la luz de un cuarto como otros miles, destilo las palabras lo mejor que sé para que su conjuro logre evocar la sensación del pan, el juego, la alegría. ¿Qué herencia si no esa se nos ha dejado?





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