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sábado, 10 de diciembre de 2022

Nacionalismos banales. 10 de diciembre.

Arthur Schopenhauer dictaminó con clarividencia y mala leche que todas las naciones se burlan de las otras y todas tienen razón. Es así, antiguo como el mundo. Pero, como en otras cosas, la aldea global ha promovido la profusión de la estupidez y la maldad a través de su exhibición pura y el mensaje, nada sutil, de que es mejor el idiota propio que el competente ajeno. Lo extraño causa sospechas, envidia, en la hora estelar del resentimiento.

El Mundial que se compró vende poca belleza, mucha ansiedad y sobre todo un cúmulo de salvajadas de hunos y hotros en todas direcciones para que las tribus se embistan. Uno puede entender que en el campo la competitividad es feroz; cuesta más entender el arduo proceso de racionalizar por qué el otro país es asqueroso, todos sus motivos para avergonzarse, sus miserias y sus miserables gentes. Ya ni causa sorpresa el uso de una historia alternativa, en la que cada uno finge no ser un hijo del pasado, sino fingir ante un espejo de narcisismo moral que se tiene derecho a cobrar por las injusticias que otros pagaron, que ésta tierra es nuestra en lugar de ser nosotros de la tierra. La cantidad de vómito estraga, aunque no tanto como su revestimiento idiota de virtud. La estupidez acaba siendo asesina.

En fin: poned radios, teles, sobre todo leed redes sociales. El mismo odio, el mismo miedo. Quizá sea ingenuo, pero reivindico tomar como propio lo humano que inspira, aun de un extraño y nunca encadenarme a las bajezas de mis hermanos. El deporte es otro feliz hallazgo de quienes creyeron en una (parcial, desde luego) igualdad humana, allá en un mar oscuro y soleado, entre olivos y vino, teatro, filosofía y ciencia. Y es así: si te gusta el deporte, no puedes dejar de admirar sus manifestaciones más logradas. Claro, hay muchas máscaras para la tribu: religión, ideologías, deporte, cultura, historia. Lo que nos une más fuerte a los cercanos nos separa más de los otros. Supongo que es innato, pero...hay que tener cuidado.

Acepto lo que me da alegría, detesto lo que la roba. Leer lo malo que es el otro como ente abstracto, la xenofobia normalizada, el veneno del nacionalismo banal ubicuo que el deporte puede inocular me enerva. Me digo que Schopenhauer también escribió que se refugia en glorias colectivas quien no tiene méritos personales. A veces ayuda. Hoy, el sol brilla de camino a casa. No es mejor que ninguna otra. Pero es la mía.


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