Hace casi quince años, empecé a lanzar una botella al mar, con mensajes apresurados, largos, ensimismados. Es curioso observar la personalidad a través de la gramática. En fin. Me figuraba ser un explorador entre jungla que filtraba la poderosa luz del sol, buscando ruinas de ciudades antiguas, rumores antiguos, ecos de una magia que permanece.
Todas las cosas pasan; creí llegar a un claro escarpado tras el que el mar reinaba, reluciendo en sus gotas ardientes mensajes de una promesa. A veces releo mis entradas y pienso que en el peor de los casos, algo quedará ahí. Hoy, atrás la selva y el misterio de sus órdenes, sigo bajo las estrellas una carroza mágica hacia el fin de la noche mientras suena una música inaudible a todos los otros seres.
No sé por qué ha salido esto hoy. Uno se cansa a veces, siente frío dentro de su casa y soledad fuera y las palabras a veces construyen un refugio. La noche está hoy cubierta y el viento lleva todas las historias del día a un amparo secreto, para que no se pierdan. Hogueras refulgen atrás, más allá del mar. La vida late oculta bajo los grandes árboles y en el cielo un cometa sobre el mundo se desvanece para quedarse siempre en unos ojos deslumbrados y lejanos.
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