Quizá sea el color del aire, la calidez de la brisa o las horas de luz. El caso es que cuando las brumas del invierno se van despejando y las nubes están pintadas con un trazo de luz más fina, un estremecimiento íntimo desborda el corazón. Tiendo a pensar que lo asocio a las horas felices de estudiante despreocupado, cuando las tareas parecían acabar y el verano y la libertad de no hacer más asomaba.
Me encantaba ir al pueblo, o eso creo. Según acumulo más recuerdos, me doy cuenta de como me mienten, o no ellos; la sensación que me causan no es la que me provocaban, me parece. En cualquier lugar, aún siendo de una ciudad mediana, el monte, las eras, los huertos, la ermita, los otros pueblitos cercanos, acabaron formando una educación sentimental tan cálida e incomprensible como otra cualquiera.
El mapa no es el territorio. Cada día de sol, cada caricia del viento y cada luz del crepúsculo son una intersección única con cada uno y cada sensación de uno. Las permutaciones son infinitas: a veces duele no poder sentirlo todo, perder tanto cada noche que llega, como un buhonero que fuera arrastrando un carromato vacío después de una travesía aciaga en un camino escarpado bajo la tormenta. Al fin, qué es la vida si no eso.
Sin embargo, el hechizo, más leve, más breve, persiste. Veo a las aves surcar juguetonas la tarde desde mi ventana, el río calmo que lleva al puerto una nueva forma que se hará otra en el mar, casi infinito bajo la aurora. Los edificios parecen ahora menos grises, antes de convertirse en formas rotundas contra la sombra, cuando caiga el sol. Un rumor de cierto optimismo y alegría desciende sobre la calle y las formas se mueven más inquietas, vivarachas y ruidosas. La gente pasa, como pasaremos, pero mientras eso ocurre, seguimos bajo el hechizo de otra promesa, el auge de la primavera y lo que siento, recuerdo y anhelo forman una mirada que se lanza contra la cruz del tiempo. Y en los parques cansados, los bancos esperan vacíos las almas que los ocupen y ver el nuevo ciclo incesante que las haga renacer de nuevo a ellas y sentirse más vivos, ellos.
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