Hay que ver. Todo lo que es bueno y justo acaba siendo su propia farsa poco después en España, me temo. Es estremecedor pensar cuán fáciles somos de mover, manipular y dirigir. Aún es peor pensar que esa predictibilidad está basada en la vanidad humana. Es fácil revisar el orden del día: negación, sobreactuación, olvido.
La manera más eficaz de silenciar todas las voces individuales es erigir púlpitos para todos. Compitiendo en la cacofonía estruendosa, cada uno se enamora de su propia voz, pero no puede conversar, siquiera oír otra. La discusión deviene en una espantosa superioridad del sujeto opinante sobre el objeto opinado, que queda apartado en la irrelevancia comparado con el debate real: quien es mejor que quien. Entonces el narcisismo moral se eleva sobre la verdad y la asfixia.
Sé que no soy quien, pero este es un espacio modesto, una cocina antigua en cuya esquina resplandece un poco de lumbre y nos podemos sentar unos pocos. Así que lo diré, en confianza, aquí, perdón si suena arrogante, lectora: el espacio público está repleto de patanes que se creen sutiles: los reconoceréis fácilmente, invariablemente se colocan por encima del tema tratado, asignando culpas y creyendo que la opinión de quien vive de opinar, ellos, merece consideración. En fin, acaso así sea. La gente parece disfrutar el drama vacuo de la sobreactuación moral y las declaraciones sin riesgo. Ah, lengua sin brazo, como osas hablar, que escribió el clásico. No es eso lo grave, por supuesto. Donde empieza lo malo es en el coñazo de quienes organizan la vida en torno a los significados de la experiencia en lugar de su disfrute puro, de quienes tejen discursos acerca de sí mismos en lugar de leer su conciencia. Una vez allí, desde la atalaya que levanta su ego, no pueden oír el rumor de la realidad (y cuanto tiempo, cuanta tinta gastada con quienes son incapaces de ver lo real tal cual es). Luego, pretenden decidir que a sus pies deben reunirse los otros. Es cansado, agitador, enervante. Es un eco incesante, previsible y sordo. Sorpresa, contagio, laberinto de opiniones, declive rápido porque despunta una sorpresa nueva. El orden de todos los días. La viralidad del afán de dominio de quien no arriesga para construir y habla, habla, habla... En el fondo de esa tensión abyecta, late el asunto que más temo y odio: el impulso de quienes desean definir la realidad de otros y con ello, un dominio.
Nada más. Es necesario salir del esquema mental que hace de todo una parodia a fuerza de seriedad impostada. La soledad del momento es un buen antídoto, supongo. Cada fenómeno del mundo se presenta ante nosotros como un hecho y no como una oportunidad para exhibirnos con la comprensión profunda de sus subproductos o con el intento recurrente de traficar con la culpa de los otros. Nubes esponjosas que cubren la ciudad. Rumor de río y batir de alas. Brisa de primavera. Luces lejanas que parpadean. Es lo que hay ahora aquí. Una esperanza de que mañana sea otro día para desear lo que queramos y no ahogarnos en el deseo ajeno de hacer de nosotros súbditos de los puntos marcados en cualquier orden del día por cualquier opinador congestionado. Seguir adelante con honradez y conciencia, y que el tiempo pase sobre nosotros, inocente y extraño.
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