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martes, 28 de octubre de 2014

Nicolás y los virus

Tal y como se ha venido en contar, la historia del mequetrefe Nicolás parece terminar con la justicia poética que cierra una narración reconfortante. El buscavidas que da con un pez demasiado gordo. La hubris, el pecado pagano de aspirar a ser como los dioses, castigado por Némesis. Las alas de Ícaro.

Sin embargo, si esa narración convencional se deconstruye sin las piezas supletorias que el poder entrega para que encajen de forma inocua en el relato compartido de la convivencia en España, cada vez más ardua, todo cambia. Del trilero pasamos al pícaro, del tramposo a la víctima de la ambición desmedida. Un matiz mínimo, pero apenas desdeñable. Resumiendo: pasamos de un joven que aprovecha las carencias del sistema para intentar medrar a un subproducto típico del sistema. Ese de contactos, clientelismo y favores mutuos que sostienen las élites del país, cuya influencia se limita a mantener los andamios que protegen su posición. Esa tela de araña que la democracia española no ha sabido desmantelar cuando podría haber pagado un precio mínimo y que ahora amenaza con terminar de anquilosarla o de hacerla caer en maximalismos neoleninistas que ocupan el puesto que la izquierda socialdemócrata no quiso tratar de proteger. El pequeño Nicolás trató de añadir una trama más de intereses creados y otros que sintieron las vibraciones en sus propios hilos, lo hicieron caer. No es picaresca, el pícaro quiere sobrevivir. No hay moral en esta historia.

El caso de la enfermera revela que nos gusta pintar de moral todo, quizá porque no la usamos sino para explicar lo que pasa en relatos confortables. Un caso medico, técnico, se convierte en un auto de fe donde la culpa, la redención y la fe sustituyen protocolos, prevenciones, (i)rresponsabilidades y ciencia. Es difícil tratar de regenerar un país tan apegado a esos conceptos religiosos y mágicos cuando se trata de encontrar soluciones. Tendemos a creer que hay soluciones fáciles. Que cuando no las hay, una fuerza extraordinaria conspira contra nosotros. Y que, en última instancia, si una pandemia se avecina y no hay nadie a quien culpar ni nadie que nos redima, siempre podremos tener a algún Nicolás que trate por debajo de la mesa unas condiciones ventajosas con el dichoso Señor Ébola.


miércoles, 8 de octubre de 2014

El día del juicio final

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado? 
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.



En estos tiempos de mercachifles deshonrados todo es perpetuamente vendible y sombrío. En ese agitado bosque el sentimentalismo es la mercancía más barata. Segregada por el miedo a que un héroe que da la vida por los demás pueda ser atendido en su país, se transfigura  en  sollozo ahogado por mascotas que concitan más atención que sus dueños. O por los que claman un sacrificio poco menos que ritual. No importa su dirección. Como el espíritu, que sopla donde quiere, la marea primaria alcanza las costas de la relevancia agrupándose como una avalancha airada. Dibuja un paisaje moral de brocha gorda y justifica con la existencia de su propio sentimiento la razón de ser de su importancia. Días después, es humo de pajas. Hasta la siguiente riada.

Vivir es fácil con los ojos cerrados y los brazos caídos. Europa es una fortaleza asediada de pasillos ajados que tiende a ignorar los problemas globales y  a aparcarlos, o a pedir que otros se los aparquen en un rincón. Cuando llegan, las opiniones se moldean entre la mala fe y la tormenta de informaciones desatadas en manos de la corriente, y se consumen con la banalidad esperable de quien forma en 5 minutos una opinión que a los que saben les cuesta décadas. Los sabios no hablan. Si lo hacen, los ahogamos. Siempre con buenas razones. La decencia, la salud, el pueblo. Y opinando y no aprendiendo y no respetando, de vez en cuando, llegan los bárbaros. Y ante la fuerza de su ley, que no da espacio a la postura gratuita, nos quebramos. Y seguimos eligiendo malos gobiernos porque pensamos que nada cambiará. Hasta que nuestra indignación, momentánea y previsible, nos llega a exigir cambios. Al fin, nos vamos a la cama, satisfechos. Fuera de las murallas de nuestro confort, lobos aúllan.


-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y 
les fastidian la elocuencia y los discursos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El dia de la mandarina. Epístola moral a Orenga.

Hemos perdido ayer. Hemos perdido contra Francia. Hemos sembrado de melocotones el Palacio. Hemos dicho adiós a nuestra mejor hornada de jugadores. Hemos sido juguetes en las manos de Orenga. Hemos sido el experimento de jugando-a-ser-Dios Orenga. Hemos sido burlados por Orenga. A las 20.52, hora de Irlanda, del 11 de septiembre de 2014, Orenga no ha dimitido aún. Así que voy a escribirle una epístola moral, tan lejana de su modelo (en negrita los préstamos de ella) como Orenga de John Wooden, pero por amor al arte.


Juan Antonio, las esperanzas de gloria
prisiones son del necio, y del astuto
ocasión de hacer suya la historia.

Y cada paso que nos permite el hado
ocasión de mirar al horizonte enjuto
mas sin perder de vista el suelo acostumbrado.

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.


Y los elogios que a gritos se regalan,
cuando la ocasión adversa es una
con frio caen, y con crueldad resbalan

Más sabio es quien agrupa las derrotas
y va aprendiendo en la caida a solas
que el prematuro subiendo a la alta roca.

Aquél entre los héroes es contado,
que el premio mereció, no quien le alcanza
por vanas consecuencias del estado.


Y cuando los jugadores tiran melocotones
y siniestra la pesadumbre avanza
la pizarra has de sacar de los rincones.

No te lamentes por la derrota postrera
peores fueron los triunfos engañosos
como la casa que se construyó sobre la arena.

Aprende que el camino no se acaba
en medio de los halagos venenosos
ni aún en la derrota más amarga

Mas es preciso, en el momento último
refrenar el natural impulso y el deseo
de pretender de nuevo el viaje súbito.

Busca, pues el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro,


y en el momento oscuro y triste
sabe encontrar la nueva ruta
que de seguro existe.

Respeta el peso del fracaso,
mas no entregues tus manos al vacío
ni te acomodes manso en su regazo

Haz de las heces de la pérdida un vaso
y a la opinión, que a la gente remite,
busca y procura hacer caso

Mas vale el grito duro e indignado
de quien pagó su entrada
que la miel en la boca del falso aficionado.

No imitemos la tierra siempre dura
a la aguas del cielo y al arado,
ni la vid cuyo fruto no madura.


Ya me despido, con mi melodia en ristre
los partidos pasan, pero el honor perdura,
Conserva el tuyo: dimite.
















martes, 5 de agosto de 2014

La gozosa chorrada.

Nos gusta lo sublime. Somos, en nuestros mejores momentos, seres puros y aéreos que sienten escalofríos ante la percepción de lo bueno, lo justo, lo bello. Primates evolucionados para la polifonía, la perspectiva, la dramaturgia.

Todo eso está muy bien y nos ha llevado a ser una especie elegida, capaz de racionalizar nuestros bajos instintos y sembrar nuestro único planeta de un arsenal de armas megadestructivas capaz de aniquilarnos en segundos. Well done, joder. Viva el progreso.

Es por eso que una buena cura de humildad es la constatación gozosa de nuestra inherente estupidez. Somos los que nos reímos cuando alguien se cae al suelo. Ninguna utopía política sobrevive a ese hecho.

Hemos estado viendo "Sharknado 2. The second one" (ya el título promete). Es una chorrada monumental. Es grandiosa. Es cine de catástrofe irreal con personajes mal dibujados, un ambiente poco logrado y situaciones ridículas a cada paso. Es genial. Y con el ánimo de disfrutar sin tasa, hemos pasado dos horas contemplando el hilarante espectáculo del absurdo freak. Y la conciencia de que algo que te hace reirte y disfrutar..sea más elevado o no, siempre es agradable. No puedo esperar hasta la tercera, una supernova de tiburones malos que atacan aunque tengan que morir en tierra firme luego enfrentados a seres humanos que son castigados por una plaba bíblica acompañada de abundante ketchup.


martes, 29 de julio de 2014

De los cañones de agosto y el afán por ser alguien




“De esta fiesta mundial de la muerte, de este temible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ¿se elevará algún día el Amor?” T. Mann

Hace 100 años, un continente pagado de sí mismo enloqueció y se interno en la penumbra del odio, en una zona asolada por la tormenta de la que aún no ha salido, aunque un bienestar material indiscutible engrase el chirrido de las cadenas. Pero el mundo sigue en esa fiesta mundial de la muerte, en su bacanal destructiva. He visto un documental espeluznante, "Children of Syria". No se trata de la guerra y su parafernalia televisiva, que se está convirtiendo en un cliché. Se trata de otra pesadilla, el odio en los niños, ese que nunca podrá extirparse. Quizá, pese al señor de las moscas que cada primate parece adorar instintivamente, el mundo sería mejor si los adultos comprendiéramos que el tiempo no debe apresarnos, la vida es corta y no debemos repetir las cárceles mentales que nos cercenan en ellos. No alimentar el círculo. No es solo derecho a la pereza. Es el derecho a la resistencia...

Por mi parte, recuerdo perfectamente que, como millones de infantes del  mundo entero (por cuyo llanto inconsolable me creí yo aquel día también acompañado), me sentí como un «niño abandonado» cuando me obligaron por primera vez a salir de casa para ir a la escuela: una sensación que, en lo esencial, habría que calificar de acertada, porque esa partida no es más que el prólogo de todas las salidas en busca de la hazaña, en busca del hegeliano reconocimiento, en busca del propio nombre y de la propia identidad, es decir, en busca de la culpa y de la infelicidad. Ya sé lo que los psicoanalistas dirán de esto: complejo de Edipo mal resuelto, rechazo de la castración, apego patológico a las faldas maternas y denegación del padre, instinto de muerte, nostalgia de la vida intrauterina resimbolizada por el «hogar»; ¿Qué pasaría si los niños no abandonasen nunca su hogar para ir a la escuela, al trabajo, etc.? En efecto, nadie haría nunca nada. No habría historia. ¿Qué sería de la humanidad? No habrían existido Alejandro Magno, ni Julio César, ni el Papa Borgia, ni Napoleón, ni Hitler, ni Stalin, ni Franco, ni Pol Pot, ni George W. Bush, ni Mohamed Atah..., con la cantidad de valor añadido que esta gente ha producido y los placeres que han proporcionado a cientos de miles de personas en el mundo. Lo que nos habríamos perdido. Hay historia porque los hombres salen de casa, fundamentalmente para ir a la guerra, aunque luego a eso se le llame también ir a la escuela, ir al trabajo, etc. El niño que consiguiese no abandonar su hogar —cosa que yo, lamentablemente, no conseguí— no haría historia alguna, pero sería feliz. Su felicidad le parecería a todo el mundo —y los freudianos no serían más que una vocecilla en ese inmenso coro— injusta, irresponsable, inmadura, insolente, etc. Pero como ninguna de las voces de ese inmenso coro está en condiciones de aportar siquiera la menor prueba a favor de que el niño tenga que salir de casa para hacer historia o aún el menor argumento que ligeramente pueda sugerir que es preferible hacer historia que no hacerla, todas esas voces pueden irse al cuerno y dejar al niño en paz. (…) Comprendo que la felicidad es indigna si uno no abandona su morada y toma la decisión de actuar. Pero también comprendo que, en la medida en que la acción ha sido escamoteada y sustituida por la historia y sus hazañas, la propia dignidad así buscada (y, en el mejor de los casos, lograda) es necesariamente una dignidad infeliz, justamente porque implica pisotear la posibilidad de una felicidad digna.

Los cañones de Agosto siguen tronando. Siempre son los mismos. Y bajo los discursos que los accionan, la infelicidad carga y el mal triunfa. Y alguien más muere, su posibilidad de una felicidad digna para siempre robada.

miércoles, 23 de julio de 2014

Del rinocedilo y los peligros de la ciencia

He visto cosas que vosotros no creerias. He visto a un Poseidón Rex, mucho más grande que un tiranosaurio. Hacia pie en medio del oceano. Y entendía el inglés. Posiblemente lo hablara mucho mejor que yo. En una escena memorable, el bueno lo insulta, y él, ocupado comiendo un chiringuito, se chisca y sale tras él. Los amigos del bueno buscan un coche mientras tanto. Para huir deprisa. Le buscan las llaves a un muerto al lado del coche, hurgan todos los bolsillos. Las tenía en la mano. Arrancan. Para huir deprisa. En ese momento, la científica (que siempre va en bikini bajo la bata blanca, cuando la lleva) dice que hay que esperar al bueno, que seguramente haya dado esquinazo a un bicho terriblemente sobrecogedor dando vuelta a una manzana. Lo ha hecho. El llega por un lado, y el bicho por otro, por el lado de un malo que iba a matar al bueno con una pistola. Luego huyen en el coche, mientras el poseidón se come al malo. Uno de los buenos muere porque se cae al mar intentando disparar un bazooka.

Luego, ha venido la piranhaconda, un terrible azote de Dios bastante puritano, pues de momento solo ataca señoritas estupendas en bikini. Se va a hartar.

Creo bien ganado mi descanso, tras estos minutos de solaz, reflexionando sobre un escueto mensaje: los peligros de la ciencia. En estos tiempos, cualquier mendrugo consigue filmar cualquier chorrada. Hermanos Lumiere, yo os maldigo.


lunes, 21 de julio de 2014

Angelus Novus

El Ángel de la Historia mira hacia atrás, como queriendo rescatar sus víctimas, pero un viento irresistible, el del progreso, fuerza sus alas a un avance desolado y terrible.

Ese ángel de Walter Benjamin quizá oiga en su camino el mito de la sangre fecunda, aquel que reza que el sacrificio del presente conseguirá la felicidad de generaciones futuras. Ignorando que el sacrificio no es tal, sino el mandato de verter la sangre enemiga de raza, de clase, de religión. Y que el futuro feliz siempre se presenta cercano, apenas unos metros más en el lago de sangre,. Ese en el que para salir hay que avanzar pues la orilla inocente ya no se distingue, como el ángel no puede distinguir las caras sorprendidas y crispadas de los muertos, cuya expresión se pierde para siempre en paladas sordas y en un mensaje: a pesar de todo, la idea era buena, inocente, virginal. No. La idea de que el paraíso se esconde tras una leve depuración, tras un nuevo hombre o un nuevo escenario...esa idea lo arruina todo. Y es ella, malvada y astuta, quien escoge a los hombres, débiles y condenados, al odio y a la muerte.

Y es por eso que cuando la idea del reino de los cielos en la tierra irrumpe sobre las ilusiones de un grupo de chimpancés apenas evolucionados, hay un punto de no retorno más allá del cual, solo hay apetito por la destrucción.

Descansen en Paz. Todos. Y reflexionemos sin odio. Donde acampa el rencor y el deseo de muerte, ésta es fértil y pródiga.

jueves, 17 de julio de 2014

17 de julio. Dundalk FC 0 - Hadjuk Split 2

Hemos ido al Oriel Park a animar a nuestro pequeño equipo, el Dundalk FC, en la ronda previa de la Europa League. Hemos disfrutado de una Copa europea cuando la copa del mundo aún resuena, y el calor y la luz se dejan sentir al comienzo de cada encuentro. No aprovechamos dos buenas ocasiones, tiramos un palo. Ellos fueron contundentes y expertos. Aunque persistimos, en un contraataque a mitad de la segunda parte mataron el partido, quizá la eliminatoria.

En el segundo y medio que va desde el remate del delantero hasta que el portero recoge el rechace del poste, en Maracaná o en un estadio de una pequeña ciudad de Irlanda, cabe mucho. La ilusión, el fracaso, el terror, la ira, la sabiduría, el alivio, la pasión, y el azar que nos gobierna. Y todo está envuelto en una melodía bella.

Fue gratificante salir del campo rodeado de gente que agradecía la oportunidad de haber peleado un partido así, sin delirios colectivos de grandeza. Volveremos.




miércoles, 16 de julio de 2014

La insoportable tristeza de una foto de carnet

Por mi trabajo, reviso cada día ciertos documentos, y algunos de ellos llevan incrustada, a veces se diría que como un cuerpo extraño, una foto. Al lado, letras de molde en procesión, abatidas, separadas.

Pero son esas fotos lejanas las que capturan tu sentido. Hay quien parece antipático, terco, libre. Dura un segundo. Después, esas miradas hacia ninguna parte se hunden en su inmovilidad. Sus ojos se elevan hacia otro tipo de costa y dejan de fijarse en ti, y quedan fijados para siempre, clasificados, ordenados, quietos.

Segundos después, cierras el documento y desaparecen para siempre. No los imagino vivos, sufriendo por banalidades o eufóricos, con miedo al ridículo en una fiesta nocturna ni con ganas de mear. No pertenecen al reino de los vivos. Son cápsulas de tiempo y espacio que se entrometen en el espacio vivo y confuso de la realidad. Alzo a veces los ojos y me sorprende tanto ruido y emoción, ignorando el mensaje que encierran. En unas pocas décadas, todos, los que nos gustamos, los que no nos hablamos, los que nos ignoramos todo, los que pasan al lado como sombras, todos estaremos muertos, y eso convierte un centro de trabajo moderno y sofisticado en una guardería en la que nuestros juegos de adultos son otra manera de distraernos de esa verdad tan simple y amarga que llevan esos ojos perdidos de los carnets. No encontrarse nunca, como en el túnel de Sábato, o vislumbrar un espejismo que se aleja y nunca volverá. Mientras la arena cae sin cesar.




Llegué a mi casa y miré, el mío. No sé quien era. Quién sabe si sé quién soy. Esos ojos de muerto tornaron el espacio quieto de mi cuarto y la cercanía de la nada en ellos se convirtió en el puro goce de estar vivo, nada más. Voy a tratar de vivir sin miedo ni rencor. Al menos, lo que me quede del día. Mañana  paso cerca de un telematón cuando voy a comprar y solo pienso en fostiarle. Voy a encender los ojos. Voy a ver la Europa League mañana, Dundalk FC- Hadjuk Split. Voy a olvidarme de todo por hoy. No quiero que me entierren en un cementerio de mascotas.



En el condado de Louth, a 16 de julio.

martes, 15 de julio de 2014

15 de julio

Como decíamos ayer...

Nadie cree en Europa, como dijo Celine que nadie creía en Ulm devastado por las bombas aliadas mientras trataba de huir, él, genio maldito, antisemita y colaboracionista, enfermo de delirios de destrucción. Él nunca hubiera creído en Ulm. Su delirio, su apetito por la destrucción quizá ni siquiera contemplara el consuelo de que la historia suele perdonar a quien escribe bien.

No parece que todos los partidos nacionalistas que culpan a la existencia misma de Europa de los males del abismo sepan escribir más que con brocha gorda en muros avejentados y goteantes. En un mapa mental posmoderno en que la expansión del yo individual parece el único refugio de la santidad humana, el yo colectivo quiere alcanzar su gloria en este mundo privándose de límites y exigiendo praderas inabarcables de posibilidades. En ese universo infantil, romántico y lleno de monstruos reconocibles pero olvidados, la idea de Europa yace débil, víctima de las misas negras en favor de la utopía y de la falta de sentido histórico de nuestro tiempo; bajo las tendencias cambiantes de un twitter cada día, el rumor sordo, pesado, hegeliano, de la Historia, sigue fluyendo. Y sabemos que cuando se desboca, la felicidad humana cae a su paso, leve.

Europa fue el mundo. Entre sus mejores momentos, cometió, cometimos, cientos de tropelías. Y, nos guste o no, somos lo que somos por ser lo que fuimos. Y si algo hay de amable en el proceso es la constatación de su decadencia, su instinto suicida, y la creación de un dique. Ese dique sin el cual dos guerras mundiales nacieron y el que ahora ultranacionalistas de territorios diversos pretenden derribar antes de volver a alimentar los fantasmas del odio al vecino (para cuando el odio al inmigrante pase de moda con fronteras cerradas), en alianzas absurdas.

La UE es burocracia, ineficiencia y conflicto. Quizá. El nacionalismo en cada esquina de Europa es guerra y hambre, guerra y sombra, guerra y ciudades destruidas por el odio en las que no cree nadie. Eso es lo que tratan de esconder, o ignoran, esos sumos sacerdotes invocando utopías demenciales y conjuros infantiles para vivir en un mundo perfecto y mágico, cuya búsqueda obsesiva ha acabado siempre en una fosa común.

P.D: Como LeChón (A.K.A LeBron James) vuelvo a casa


jueves, 23 de enero de 2014

El pecado

Leo un reportaje sobre el Papa. Se preguntan si es socialista, lo que puede desconcertar, de inicio. Luego especifican que en algunos lugares de EEUU hay gente que cree que el socialismo comienza con el alumbrado público. La verdad, uno está desconectado de las cosas de la santa madre Iglesia, fuera de la cual no hay salvación posible, pero no parece que sea para tanto. Es una institución de casi 2 milenios a la que no parece haberle ido mal y en todo caso, su peligro no radica en las redes sociales o los ataques de la prensa, sino en la crisis demográfica de los lugares donde pacen sus rebaños. Si mueve a sarcasmo una anécdota acerca de quienes se acercan a un centro de inmigrantes a ayudar a los desfavorecidos "porque el Papa Francisco dice que deberíamos hacer algo para ayudar a los pobres". Esto suena más a liderazgo carismático, ay, humano, demasiado humano, que a pasión evangélica. En cualquier caso, supongo que incluso siendo un moderno emperador romano (aun venido un poco a menos) uno no pierde la ocasión de dejarse acariciar por la moda del momento. Aunque sea a base de criticar la organización que tú podrías intentar cambiar para hacerla menos criticable.



Millares de hombres bajo tu pontificado, 
ante tus ojos, han vivido en establos y pocilgas. 

Lo sabías, pecar no significa hacer el mal: 
no hacer el bien, eso significa pecar. 
¡Cuánto bien pudiste hacer! Y no lo has hecho: 
no ha habido un pecador tan grande como tú. 




martes, 7 de enero de 2014

7 de enero.

Bertolt Brecht escribió algo así como que antes de que la tormenta llegara, el aire ya estaba contaminado. Lo único que se puede decir de España es que antes de que el aire estuviera contaminado, el consenso general consistía en pensar que habría ventiladores suficientemente fuertes antes de que fuera un problema. Ese pensamiento religioso, mágico, acerca de la política, la economía y el progreso, forjada en la ilusión de los fondos europeos y en la supuesta excepcionalidad de “lo nuestro”para bien o para mal, generaron esa ilusión llamada progreso como un estado natural y manso de las cosas, sin atención a la situación mundial ni a los libros de historia. Es muy fácil decir todo esto ahora, y quien esto escribe no es, con toda seguridad, ni un ápice más inocente que la inmensa mayoría.


Pero hoy sí se puede añadir algo, sin temor a ser acusado de vidente del ayer; antes que las infantas fueran acusadas, que los famosos se llevaran su dinero a paraísos sin fisco y que el viento acogiera a miles de personas que se marcharon a otros lugares, había, como hay, deshonestidad pública y privada. Dinero B. Pillería. Cinismo. Echamos de menos España, nuestro ambiente, el lugar donde crecimos. Y por haberlo querido tanto, hemos consentido, callado, nos hemos resignado Y aunque la lucha contra la injusticia enronquece la voz y agria el carácter, callar cuando pudimos gritar..nos ha hecho cobardes. Queda el camino difícil, no elegido, de cumplir cada uno con su deber, o el más fácil de sacar ese nervio moral que el español sólo parece encontrar cuando cree perder un Imperio o no puede pagar las letras de su coche.