Leo justo ahora que ha muerto Tom Wolfe. Diría que echaremos de menos su espíritu sardónico y ácido, sino fuera porque vivimos en un mundo que no recuerda nada y presume de ello. Será otro hashtag masivo que se inflamará como una llama súbita y caerá igualmente breve.
He pensado estos días sobre esas llamas y esos acabamientos. Una secta marginal de un territorio marginal del Imperio se impuso a todo su poder a base de una fe ardiente y una trasmutación de todos los valores, el poder del Estado, el temor a la muerte, el desprecio a la marginación social y su olvido de las doctrinas sofisticadas en favor de una verdad simple y sin matices. Persecución, fieras, torturas, miedo, todo fue intentado durante casi tres siglos y al fin la fe de los creyentes se impuso. En menos de 100 años, el cristianismo había barrido a los cultos competidores.
Acaso sea esa fe sin rendijas la que hace morir la ilusión del tiempo. No somos más que ruinas andantes que se nutren del pasado de otros. Las nubes cambian, y las piedras nos gritan en un silencio al que nunca sabremos entrar. Han visto el espectro de las variedades humanas y han concluido que son un esfuerzo inútil para quedarnos junto a ellas; sin embargo seguimos agitando sombras, creyendo que algo quedara de nosotros, mientras una hoguera de vanidades crepita en un futuro inalcanzable mientras consume el presente, haciendo de nuestros huesos una memoria que nadie sabrá.
Sin embargo, no hay nada mas que esto, la sombra bajo la cruz ardorosa del tiempo y la fe en lo que podemos enmendar y como podemos arreglar nuestros destinos. Fuera de eso, nada se queja. Fuera de eso, todo queda.
Dundalk no es Roma, pero abre ventanas al destino común al que como una tribu temblorosa afrontamos.
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