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sábado, 5 de mayo de 2018

Ulreich y las sinuosidades

Albert Camus, que luego fue faro de muchos, declaro que todo lo que sabia de moral y del ser humano lo había aprendido siendo porter. El balón y la vida a menudo no van por donde uno espera. El problema es que a veces la vida y el balón vienen por caminos transitados y traen un veneno suave. Algo así puede pasar en el fútbol, dos segundos de tragedia pesan más que 3 horas de épica en una eliminatoria. También nos puede pasar en la vida fuera del deporte, que es menos plena: una distracción, un momento de duda, una flaqueza. Pareciera que tuviéramos en las manos semillas de futuro y no las quisiésemos. Es normal. Elegir un camino es renunciar a los demás, y quien sabe si encontraremos mañana un muro. Yo he visto mucha gente sufrir de un tartamudeo vital, preferir su propio relato de las cosas repetido que tener que afrontar un fracaso. Aún lo sigo sufriendo a menudo. Me pregunto por qué, si ciertos estándares vitales están asegurados y la supervivencia no parece estar en juego. Quizá sea el miedo al perpetuo escrutinio de los otros, las portadas que culpan de una eliminación, los comentarios burlones acerca de otros, la culpa que este mundo parece segregar a toneladas para nunca aliviar el peso de la libertad. El peligro no es tanto recibir un gol, sino negarse a jugar hasta que sepamos ciertamente que no habrá dolor tras el resultado e instalarse en esa ensoñación.

No tiene mucho sentido analizar la jugada de Ulreich. Es un cantadón difícil de ver en una competición de alto nivel. Son además dos segundos, cuando todo es simple; la duda, la presión, el fallo. Fin. Sin embargo, la reacción al fallo es la que demostrará si merece la pena arriesgarse a los golpes. Espero que sí y se reponga. Esa desolación le pertenece, a él y a sus compañeros, no a quienes pasamos un rato viendo fútbol para tener un rato de ocio. Hacerse dueño de la tristeza propia, del futuro que moldea un error me parece una idea interesante. Nací en un país en el que merece más crédito el crítico que quien tiene iniciativa. Y no me parece justo. Ni bueno. Convierte al grupo en un coro griego ignorando las alturas que solo el individuo puede aspirar a alcanzar, al liberarse de la costumbre y el acuerdo. El deporte es la metáfora más alta de la igualdad humana. Su concepción como espectáculo revela las dificultades y promesas de construir un mejor nosotros.

Habrá más días como balones que vienen fáciles pero taimados, y plantarán en el porvenir dudas sobre el futuro. Es la vida, preocupaciones y logros cotidianos y de vez en cuando, fulguraciones asombrosas y golpes duros, como del odio de Dios. No queda sino salir a defender nuestra puerta, sabiendo que el balón nunca viene por donde lo esperas, y los demás tampoco. Sin olvidar que a veces, cuando vienen rasos y fáciles, también deberemos dar lo mejor de nosotros mismos.


Dundalk y yo vemos la foto, la soledad que exuda, y nos acordamos del precioso discurso de Teddy Roosevelt sobre el hombre en el estadio,

No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo a quien tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin errores.

El que cuenta es el que lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, quien agota sus fuerzas en defensa de una causa noble: Aquel que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota.

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