Asómate a la ventana. Allí pulula la vida y pasan las modas. Considera que el joven que pasa tiene un ideal noble, el trajeado que habla nervioso con su teléfono móvil sabe amar, el anciano de mirada perdida tiene calor de hogar y familia que le cuida. Verás un océano de soledad abrumadora y un deseo, que es el tuyo, de un verdadero encuentro. No prestes atención a los rótulos; mienten dos veces, sobre lo que ofrecen y sobre a quien se lo ofrecen. Trata de percibir la melodía callada que despiertan en ti los extraños sobre la caja de resonancia lejana que forma los perfiles de compañías gratas que se fueron perdiendo. Amasa tu recuerdo combinando lo grato y lo amargo de la pérdida que, al fin y al cabo, fue también tu destino en ellos.
Alaba el calor de los días como alguien libre, sin temor, ni rencor, ni soberbia. Eres consciente de que cuando el sol gire sobre un planeta vacío de nosotros no habrá perdido entusiasmo y sabes que la vida nunca se para. Da lo que tienes para merecer recibir todo lo que te falta y sabe que la carencia de afecto te hará pobre irremediablemente. Perdónate de vez en cuando y posa tu corona de espinas sobre el umbral de la puerta para recordarlas sin tener que revivirlas a cada instante. Compón un poema de redención de la usura de los días, que sientes como te van agrietando sin lástima y sin gozo. Muévete y atrapa el devenir en tus manos templadas.
Mézclate y vibra, cae, pelea. Nada se ha rescatado del abismo de la derrota, puesto que sus heridas lucen en podios de gloria futura, o si no, en intentos nobles. No escuches la voz de tu enemigo interior, ese fuego que nos arde para destruir todo lo que nos alimenta en busca de un abrazo esquivo. Destruye lo que te daña. Avanza sobre la nieve frágil hacia el palacio de la sabiduría, y trata de llegar a ser quien eres. Da gloria a Dios con tus palabras: sabe contemplar lo bello, hacer lo justo y decir lo correcto. Esquiva la tormenta y, si no es posible, no pidas ni des tregua en el fulgor de su ataque.
Vive, en palacios y cabañas aisladas, en barrios desastrados y en bocas huidizas. Sal a la arena y no te envanezcas de ser osado ni te acobardes con los críticos que no se atreven a realizar nada. Haz de tu maldición tu sino y cultiva tu huerto, regando de agua fresca los campos ásperos, como una bendición que nadie más que tú oirá y olvidarás pronto, perdido en el rumor de la corriente y saboreando la fruta de la plenitud solo un instante, antes de que se marchite.
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