La tarde acaba; acarrea el peso propio
y las ramas delgadas tiemblan como estelas.
Tan callando...un color de ayer pinta
la ribera del río, donde las aves piensan.
Temo ser parte de ese embrujo alado
que a la tarde convoca sus enojos dispuestos
y que haya al fin otra de pan de oro y pisadas sin nombre
sepultando mi ayer en un mar de silencio.
Al fin, mancho mi cuaderno porque no quiero el frío
ni el vacío posándose ni el latido de estrellas
crueles ni el resplandor inútil de la belleza esquiva
cuando débil y arcana, la realida se agrieta.
Y el libro a mi lado, me devuelve las dudas
por si no hubiera manos que quieran aferrarme
o no haya ya resplandor que me grite o reclame
a fundirme con el sol mientras muere la tarde.
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