He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura. No fue una locura arrebatadora o pasional. Fue el veneno de la importancia. Trataban de aferrar sus uñas a una pared vertical de hielo tan liso que parecía pulido y creían subir.
Me ha costado comprender la idea de que la importancia, como las mareas, se percibe cuando la ausencia llama. Es fácil ocupar un espacio. ¿Quién no desea ser expansivo, escuchado, valorado o incluso temido? Y sin embargo, es un engaño. La consciencia de la insignificancia propia es el principio de la sabiduría. El viaje de la falda a la cumbre siempre turba el equilibrio. Uno a veces cree que un puesto, un salario o una actitud ajena lo hacen importante. Patrañas. La importancia es aquello que seamos capaces de dejar en pie cuando faltemos. Lo que quedará de nosotros.
He visto a algunas de las mejores almas de mi tiempo extraviadas en el laberinto del ego. En esa prisión de días, la libertad debe consistir en conservar la capacidad de alabar y hacerse pequeño.Concebir el éxito como el humilde fruto que un espíritu en paz destila porque a pesar de caídas y pequeñas glorias, siempre confió en sí para cambiar el rumbo.
Todo lo demás es locura y abandono. Ilusiones que acarician con la luz y apuñalan en la noche. La pirámide es inacabable y ansiosa. Siempre hay un escalón más alto ante el que postrarse y sentir la humillación de no ser un Dios, si eso se buscaba. Siempre hay un pez más grande. Uno tiene que aceptar cuando pasa su tiempo.
Y aprender a aceptar cualquier derrota.
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