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martes, 9 de abril de 2019

Luz de otros días. Nueve de abril.

Mucho antes del amanecer. Previo a todos los huracanes y a los encuentros azarosos en los caminos. Antes de las primeras caídas y los laureles, siempre escasos. Antes de cualquier experiencia, ahí estaba el sol y con el, el recuerdo de un tiempo mejor y la esperanza. 

Me gusta cuando el tiempo se estira en el verano y la luz se deshace lentamente El cielo se detiene en trazos amplios rosados en manos de la melancolía y una salmodia acompaña los pasos lentos y el tiempo abreva los recuerdos y las ilusiones. Pero no es languidez lo que conlleva, es calma y armonía. La serenidad de un tiempo propicio, la asunción del momento y su libertad infinita.

He salido a pasear por la ciudad y en el parque he visto el sol, mientras la blanca palidez de la tarde resonaba en mi mente como un órgano sublime de una catedral antigua y he descongelado las dudas, sintiendo que la luz de otros días que me enviaba la tarde eran una fuente en la que celebrar el don más pródigo y menos apreciado: vivir y aprender a sentirlo.


Dundalk cae en el crepúsculo como un cometa cae en el vacío innombrable; sin darse importancia. 

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