El poder es elusivo; con sus licenciosas manos repletas de brillos desvía la mirada de la bruma tras ellas en la que pende una crin de caballo. Y sobre esa crin hay una espada afilada colgada, tal es su fragilidad y su indiferencia. Seamos, amigos, indiferentes a esa frialdad. No me impongo fronteras al salir al camino. Huyo de las estancias donde prosperan la cautela y el ocultamiento y me doy tal cual soy. Acepto mis caídas y cualquier defecto a añadir a mis pesadas alforjas. Deseo ser bien recibido, mas no dirigido o guiado por la costumbre o la fuerza o la intimidación. En otro caso, doy todo mi ser en el rumbo a puertos más propicios.
Un trozo de pan en amistad, agua fresca recibida con amor, la sombra de una higuera son lugares más gratos donde pasar el tiempo que nos sea concedido que la escalera de la vanidad. Como Príamo y Eneas, me contento con la pelea y la resistencia, sin afanarme en las brillantinas ni cegarme en las olas de mares copiosos en promesas.
Largos son los días del que espera y breves las recompensas que el alma alcanza. En cualquier caso, la pretensión ajena y los ropajes lujosos envejecen tan rápido como ellos y no nutren ni apagan la sed del encuentro. No desear un mando arbitrario es no servir a nadie no escogido y mantener una breve llama libertaria en el corazón del nudo de las incertidumbres humanas. Armado con mis aperos ligeros de trabajo y mi corazón hastiado, acudo de nuevo a la contemplación de la vida entre las ramas de los árboles que filtran las dádivas del sol generoso y doy todo cuanto poseo a la apuesta temeraria de un tiempo que vendrá, mejor.
Dundalk dormita a un sol débil mientras camino decidido y afirmo mi derecho a servir aquello que declaro santo y a pelear por ser digno de la libertad que paga el precio de sus errores sin mirar atrás.
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