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jueves, 8 de octubre de 2020

Ocho de Octubre. El Nobel nuestro de cada año.

 Vivimos tiempos (las últimas décadas, digo) de espectáculo. Uno de los más exitosos ha sido el del deporte y como siempre ocurre, cómo se cuenta ha solapado completamente lo contado. Hoy vivimos la apoteosis de un frenesí competitivo y voraz, de records y medallas. El hombre moderno está tiernamente apegado a su cadena de brillos y sensaciones sin fin que pierden valor después de estallar en una llama inmensa, muy efímera. Creo que por eso necesitamos el arte.

En el arte, en la literatura, no hay pichichis ni Zamoras ni estadística avanzada ni jugadas de pizarra. O no aún, al menos. Cada vez que se otorga un Nobel, sin embargo, vuelve la discusión sobre los méritos, los mejores, lo que hay que premiar y lo que hay que ignorar. Una respuesta simple debería ser: nada. Nada hay más allá de lo bien que nos hace sentir y nos hace pensar un libro, lo bien que comunica con nosotros algo profundo que conecta dos interiores desde mundos distintos y a menudo alejados. Qué necio desearía mayor galardón. 

Personalmente, entiendo que los premios, si no hay más remedio (y además, conjeturo que todos los que han publicado un libro anhelan conseguirlos) deben impregnarse del brillo de los premiados y no a la inversa. Entendámonos: entiendo que el mercado editorial es un páramo donde chapotean las celebridades y las modas, buscando el espectáculo, en esto sí, del mínimo común denominador, la estupidez y la venta de la novedad del momento lo más rentablemente posible. Entiendo que un comité de lectores trata de descubrir autores estupendos no conocidos mundialmente y ampliar sus obras. No me molesta. El talento no es infrecuente y la minoría suele conllevar gozos tan hondos como penas abundantes. Pero es que no creo en las bondades de la lectura más allá de la felicidad que prometen, como el fútbol, la moda o las charlas de café. Nadie se hace mejor por leer o ir a museos. La cuestión es hacerse mas feliz.

Así que si un artista ha logrado eso, si ha derribado muros de emoción y ha compartido un artefacto para mirar más lejos dentro de uno mismo, qué importa que los tártaros lleguen o no. Giovanni Drogo aún está listo para el combate, y nosotros con él. Cualquier premio excluye más que acoge, y los perdedores son muchos más. Si estos perdedores son Tolstoi, Kafka, Joyce, Unamuno, Borges o Philip Roth, quien no quisiera estar a su lado. Los romanos tenían una hermosa fórmula de expresar la muerte, "se fue con la mayoría". A veces no es malo recordar que hay otras mayorías que no significan nada...ni lo contrario. Queda la música, la escultura, el libro, el cuadro. Queda la noche que los ve nacer y el alba que los lanza a los otros. La mayoría nunca llega a su destino, como nosotros que tropezamos. Ahora el río mueve plácidas ondas de olvido contra la mar templada buscando la manera de mirar con piedad y decir adiós al brillo que dejan atrás.

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