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sábado, 31 de octubre de 2020

Grecia o el mediodía del mundo. 31/10/2020

 En el lejano occidente hay un lugar, más allá de las tormentas y las cuevas donde habitan los monstruos hay un jardín en el que crece una arboleda fastuosa. A la luz que filtran sus ramas, el agua que la absorbe muestra los brillos dorados que son el espejo del fruto que ofrecen, pues las manzanas de oro, que crecen y se alimentan de la luz del sol y la frescura de la fuente escondida, otorgan la inmortalidad. Lectora que ahora posas tus ojos en este texto, ¿llegarás tú al jardín de Hera, aquél al que llaman el de las Hespérides? 

Grecia es la infancia del mundo, o al menos la del que esto escribe. Antes de la culpa y el ocaso, es el sol y el bronce bruñido. Es una vitalidad específica, plena de luz e inocencia pese a todo que asocia uno con la jovialidad de los que aún pueden ser inmortales; antes de que la vida vaya en serio. No conviene idealizarlos en su momento: poseían esclavos, no sentían piedad por los débiles, excluían a las mujeres. No obstante, han encendido un sol de mediodía sobre el mundo que ilumina mejor lo que somos y aviva la llama de lo que pudiéramos ser, en nuestros mejores momentos y si los dioses nos fueran propicios. Hay otras tierras del norte con otros mitos que vienen de la oscuridad y el frío, y es bueno hacerlos nuestros, si nos sirven; esta noche es una de ellos. Pero el corazón se va hacia esas islas con reyes audaces y sabios, de deidades venales y de sufrimiento y gloria que podemos creer nuestros. Es un lugar al que volver, como volvemos a nuestros antiguos sueños, alegres y misteriosos como la carne joven y la imaginación del niño. Pues en ese momento es cuando fuimos Dioses nosotros mismos, y es esa felicidad perdida de la que sé que nunca seré capaz de reponerme por completo.

El laurel de la gloria y el estremecimiento de Edipo, la pena escondida de Aquiles y la furia del can Cerbero a las puertas del Hades, la valentía de Antígona y la paciencia infinita de Caronte lamiendo con sus remos la laguna Estigia. La anagnórisis, ese concepto triste y romántico en el que el mundo arroja el velo para mostrarnos la verdad de lo que somos y que no queríamos saber. La musa que canta el fracaso humano en un éxtasis de tristeza. Es ese ideal humano que apela al misterio acaso la antorcha que ilumina la oscuridad en la que hoy vivimos, repitiendo rituales que se agotan en su mismo acontecer para dejarnos sanos y siempre sedientos. La sed de los que han negado cualquier desconocido para vivir con la comodidad de quienes ocultan el dolor y la muerte aunque sientan mordisqueando sus tobillos al espanto seguro de estar mañana muertos. Pero los horizontes perdidos no envejecen jamás.

Veo la serie Troya estos días. Es un intento estimable de interpretar varios mitos e interrogantes que nos dejo Homero (que parece ser el nombre colectivo de varios rapsodas, otra forma de decir Grecia; Borges afirmó en una ocasión que cualquier autor debiera firmar como Homero).

Hay otra razón más acuciante quizá, que me lleva a ella: el aprendizaje de la libertad, que ellos pudieron entender como las aristas de las desigualdades naturales sobre la base de la igualdad radical de la condición humana. La tragedia, la democracia, el deporte, son manifestaciones minoritarias basadas en el entendimiento de la diferencia que nos forma desde el molde que nos crea. Idealizando su propósito de nuevo, adaptándolo a hoy, siento que es tan problemático hoy como lo fue entonces; hoy parece que un poder aparentemente benévolo en el trato, redimiendo a los individuos de las decisiones problemáticas o de consecuencias inciertas a la vez que asegura cierto bienestar material a la boca y a las pasiones es preferido al fuego de la decisión y el impulso del individuo a estar solo y avanzar en el jardín de senderos que se bifurcan que puede ser la vida, sin tutores ni magos ni augures, sin nadie que hable en nombre de los dioses que no conocemos, entregados al azar y la providencia con las únicas armas del coraje y la virtud. Mínimos como somos, juguetes de un futuro al que no hacemos falta. Los bárbaros siguen acechando desde nuestro miedo a la libertad que se enquista en ese frío absoluto. Y sin embargo, ellos hallaron una fórmula, y supieron que no era perfecta...pero era correcta.

Los fuegos artificiales florecen esta noche aquí. Quizá un hielo de viento imperceptible lleva mi pensamiento a una tierra que no he pisado y que siento como la contadora de cuentos que me ha llevado en gran parte a ser como soy (o como aspiro; de mis innúmeros defectos no sería justo culparla). Es una tierra en la que las olas siguen atrapando el sol entre olivos y viñas, y el mar es un laberinto de pasiones donde el coro de las sirenas puede encadenarte y la furia del cíclope destruirte. El mediodía del mundo está allí para ofrecerte una historia a la que buscar un sentido y un ánfora de vino en el que atrapar el segundo que se escapa. Aquí las corrientes del río fluyen suaves para unirse al ritmo del mundo, que es uno y está fragmentado en todos los puntos de vista que podemos construir, mientras las musas nos lo permitan.  

Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves..

Canta, oh Diosa, el fin del nuevo día, y que sea en salud y en paz. Por el sol y las olas, la felicidad y el desconcierto, la bravura y el mito...

Un Homero muy menor. Como casi todos.


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