Me levanté temprano porque quería ir a correr. Quizá tú ya habías empezado la jornada o aún remoloneabas. Después ha pasado un día, que veo y, espero, ves morir en paz. Llegué hasta la playa y pude ver el sol alzarse del mar. Y esto, que es solo otro día, es lo que quiero compartir contigo
¿Qué hacemos ahora? Yo trato de conjurar los días que corren entre las manos. Supongo que tú pretendes lo mismo y lees distraído unas pocas líneas. Tratamos de agarrar la realidad entre las simulaciones, los simulacros y las servidumbres de una existencia vicaria, esa sostenida por el estímulo de la promesa de un goce y el temor del dolor. Han pasado horas entre conversaciones breves, imágenes y bromas, cierto cansancio vital y el desconcierto de saber cómo han pasado los años. Tan callando. Todo eso es cierto...y sin embargo, el fuego que hizo lucir la playa por la mañana pudo dar calor y sentido a la marcha del tiempo. Una promesa llena de volumen y vigor el futuro y lo bello nos promete felicidad.
Lamenté no poder hacer una foto para mostrártela. Era tan hermoso. Confío que mis palabras mientan casi tan bien como mienten las imágenes capturadas. Otros pocos madrugadores caminaban por la playa, extensa y clara. La bajamar daba espacio para que la arena pareciese un tesoro. Una línea de luz (el tremeluz, como dicen en Portugal) brujuleaba contra el reflejo lejano. La llovizna se había despejado y el aire se llenaba de calidez, mi piel sentía el hormigueo de sus rayos y los contornos se perfilaban, salvo el más importante; la línea del horizonte daba a luz una masa de fuego obrando la magia que la mantiene difusa. Y entre el rumor de las conversaciones joviales y las miradas lejanas, sentía que era para mí esa sensación impresionista y silenciosa, preñada de sentido y tranquila.
¿Acaso insinúo una epifanía, una revelación? Bien me conoces, no es así. Quizá lo lamento. La tierra ha seguido girando y engulló hace rato lo que hizo nacer antes, pero no se ha llevado mi ilusión ni mi recuerdo. Mañana, los días que vienen, habrá otros que verán un cielo similar, quizá aún más claro, pues hoy, leves gasas de nubes distorsionaban la circunferencia anaranjada en un hermoso colmar de luz su contorno probable. Los siguientes días, digo, habrá otros paseos, juegos, melancolías y quimeras. El mismo mar, el viento desde los árboles del parque, el paseo hacia el faro, rojo y solitario, el cielo, el mar y su rumor...
Y sin embargo, quizá haya una misma fe, la certeza de que saber reconocer una mañana distinta cada día que nace es lo que marca la diferencia entre la verdad y lo superfluo. No sabes, yo tampoco, si hay detrás del velo una mano que dirige el arrebol y su escenario o si es un azar dichoso, pero para el caso es lo mismo. ¿Quién ha dicho que no hemos de apropiárnoslo? Cógelo y guárdalo, que derrita algún miedo que el día traiga en una brisa endiablada de repente y sin saber por qué. Piensa que estamos frente a frente en esa playa viendo la luz nacer, como la vez primera, derrotando a la tiniebla y piensa que es bueno que así sea. Déjame compartir contigo la impresión de un nuevo comienzo de verdad y armonía y que lo que los días traigan no sea solo temor y soledad. Hay más misterios en la vida que los que cualquier filosofía pueda atrapar. De las cosas más extrañas, quizá la más relevante sea ser la conciencia de la materia que nos forma. Mas, de momento, dejemos de pensar y hablar tanto (discúlpame, por favor) y pensemos que hay incendios que avivan la mejor parte del alma y está bien contemplar su silencio y pedir su favor. Esa luz que me ha iluminado hace unas horas estará conmigo aún mucho tiempo, deseo, tan hermosa era...
Hay momentos que valen toda una vida.