En la guerra incivil que azota el hoy, una batalla se libra con especial entusiasmo, algo estúpido: la batalla por la verdad. Lo cierto y lo taimado, lo ajustado y lo perverso se dirimen en arduas burbujas apasionadas. Uno no sabe muy bien qué hacer, salvo salir corriendo en cuanto se puede.
Porque la verdad es poliédrica y a la vez exigente. Hay una decepción inevitable al conocer la verdad de las cosas tras la idealización del mundo que el vigor juvenil sostiene. En la tragedia clásica nace una figura que me resulta admirable, la anagnórisis, el protagonista que caminaba por la vida de su obra ignorando algún hecho acerca de sí, lo conoce. Este hecho puede ser tan opresivo que sucedió antes de su nacimiento, o fue independiente de su voluntad. No importa mucho. Debe arrostrarlo, si puede. Su verdad no se cuida de lo que sienta o crea. Así de fuerte y terrible es.
Más adelante, Don Quijote embarca a sus lectores en un juego supremo de espejos e ironía, ¿donde se esconde la realidad? Los libros le hacen percibir un mundo que otros no reconocen, él es conocido gracias a un texto encontrado de casualidad en un mercado, quizá mal traducido y cuando algunos leen acerca de él, sienten su misma duda. Después, algunos de ellos lo conocen incluso. Una mayoría persiste en near la realidad de lo que ve, pero todos dudan. No saben si está cuerdo o loco, si lo que cuenta ocurrió o no, en definitiva, vislumbran que la realidad se adapta a nosotros, pasadas ya las épocas de un orden superior inmutable.
Se me ocurre que a veces confundimos la precisión con la verdad. Es cierto que muchos muchas veces han tratado de confundir hechos con opiniones, pero también creo que los hechos pueden ser ambiguos y abiertos. Lo que tiene historia no puede ser definido, escribió Nietzsche. Supongo que se refiere a la continua re-creación de todo lo que pasa, en el molde inacabable de los ojos nuevos. Hoy vivimos una edad nueva para esos ojos, que extienden su jurisdicción a tantas imágenes, noticias, palabras propias y ajenas, la marcha del mundo en tiempo real, Solo se me ocurre que la autenticidad es el mejor remedio a la imitación de la vida que se nos propone: aprender a pedir prestados ojos de ayer y en lo que permanece más allá de la hojarasca de los tiempos idos, saber encontrar lo permanente, lo que nos forma y somos.
En cuanto a la pelea por lo que es falso y es certero...relájate, lector, amiga mía...no somos los jueces definitivos de la moral humana, pero nadie puede sustituir nuestro juicio. Sé leal a tu aspiración de llegar a ser quien eres, deja que la vida sea su propia respuesta y acoge la verdad como lo que construye tu vida y no como lo que la convierte en pelea, amargor y ruido.
La ciudad se despierta bajo las nubes y en un silencio plácido, algunas virutas de humo suben hacia la mañana. Detrás de ella hay un sol que nos presta la luz y es hora de atesorarla y dejar de perseguir sombras.
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