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sábado, 19 de marzo de 2022

El hombre que mató al Cholerón. 19.03.22.




Lo supe por mi hermano. Un profesor en un curso lo contó la historia, que parecía una leyenda siniestra: en el pueblo de mi padre habían lapidado a un hombre. Preguntando a la familia, rebuscando en internet, benditos archivos, pudimos reconstruir la historia. No es una leyenda reconfortante, no tiene ninguna moral. La violencia suele justificarse a sí misma una vez que vence.

El cholerón era un hombre seco, duro y violento en una época y un país secos, duros y violentos.  
Las noticias del suceso son una novela de sangre y un sol feroz, implacables y precisos como la Crónica de una muerte anunciada. A pesar del país que muestran, uno se pregunta dónde hemos dejado los límites del mundo que percibimos a través de un lenguaje, complejo, si vamos empequeñeciendo nuestros horizontes. Pero en fin, me desvío. Las crónicas de su muerte lo describen como 'hombre de bravatas, provocador, y pronto a sacar la navaja'. Parece ser que había apuñalado a algunos y después, como conmovido de su propia crueldad, los llevaba a casa del médico. Quién sabe. Hay dominios que cierta gente disfruta con una sonrisa de lobo flaco. 

Se acercó al frontón, al mismo al que he ido yo a veces como a un país extranjero, sin conocer a los otros chicos que jugaban, que estaban en su lugar, mirando al forastero. Insultó a los mozos, quizá se acercó demasiado, los cuatro mozos se encararon y El cholerón les dijo que iba a casa y que volvería. Sabían que volvería con la navaja y el rencor entre los dientes. Pero la sangre hervía en sus sienes también. Fueron a por sus armas y a buscarle a su casa. El pueblo tenía miedo y ante el miedo hay quien se reprime y hay quien se lanza al vacío, a veces en un breve tiempo todos hacen ambas cosas muchas veces hasta que las cosas pasan o pasan de largo. Los mozos se les unieron, las mujeres del pueblo les animaban, '¡duro con él. Hay que acabar con ese lobo!'. El lobo había cogido sus cuchillos, y cuando se dio cuenta, el pueblo se agolpaba frente a su puerta. El hijo mayor pidió que no saliera, 'son muchos contra ti'. Él le dijo a su mujer que saliera, porque sabía que iban a por él. Su mujer salió llorando, suplicando que no le hicieran nada. Recibió una pedrada en la frente y huyó a casa de una tía suya. Las miradas turbias de los mozos y el resto del pueblo no tenían espacio para la piedad.

Pasó la tarde, la tensión aumentaba. Como es costumbre, nadie se atreve realmente a dar el primer golpe. Mas cuando se asesta, la masa anónima desata la furia y algún día Dios reconocerá a los suyos. Las piedras golpeaban las paredes, rompían los cristales y el techo. El cholerón había atrancado la puerta y se había quedado con su hijo mayor. A la noche, los vecinos habían encendido una hoguera. La noticia aclara, y es difícil no sentir un escalofrío que los vecinos, viendo al hombre débil, se acuciaban los unos a los otros para acabar con él, la furia luchando con el temor de acometer algo terrible.

En la casa, los condenados trataban de huir del cepo. No consta que el hombre pidiese clemencia. Escondido en la oscuridad de la noche, trató de trepar con su hijo por un sobrado de paja y madera. Alguien vio una sombra y las pedradas tiraron abajo la puerta y los vecinos cortaron su huida. Se ocultó como pudo entre la paja. Su hijo corrió a esconderse bajo la cama. Le pegaron un tiro de perdigones allí. Todo lo demás, no merece pensarse demasiado. Lo que hace a un humano destruir a otro, incluso en la ocasión más justa, lo aleja de esa condición humana. Los palos y las piedras cayeron sobre su cuerpo hasta que se quedó inmóvil...

La furia es vergonzante, casi siempre. Nadie y todos mataron a un hombre, apedrearon la ambulancia que habían llamado para que socorriera al herido. Malhirieron a su hijo. Supongo que la tensión del éxtasis y la violencia duraron un tiempo, un tiempo que fue conocido por otros; mi padre me contó que su padre tenía una copla de ciego que contaba la historia en los sitios de alrededor. No habría imaginado que hace menos de un siglo los ciegos fueran de pueblo en pueblo, con las truculencias y las historias de la tierra que tiembla. Lo mataron como a un perro rabioso... No es la historia de Liberty Valance, pero ambas comparten un destino: la irrealidad de lo que aparece imposible se transforma en la Historia de mañana. 

Hoy, en la noche de nuestra confusión, también hay monstruosidades y hechos enormes que nos parece imposible de realizar. Y sin embargo, puede bastar una chispa para desatar un infierno y el hombre es un animal frágil, que a veces ignora y a veces pone precio a su piel para que los matones caigan. Quien tenga oídos para oír, que oiga.


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