Me parece que vivimos una era basada en la sospecha y la fragmentación. Todo tiene un significado oculto y perverso; lo real se considera frágil, pasajero. No queda mucho espacio para la admiración ni el propósito de emulación. Quizá lo más terrible es que la belleza se ha convertido en otro signo de designios oscuros...ella, que se basta a sí misma o perece.
Acaso el arte cree vida. A mi entender, es bastante obvio que no hay en la actualidad en la creación un gran propósito de perdurabilidad, de arrojar puntas de lanza al estanque del tiempo. Por supuesto, está el ego del artista, que como los otros, forman el presente implacable que asfixia el día. Pretende a la vez perpetuarse y crear un impacto ya, súbitamente. Me temo que la labor profunda de la hora es cavar la trinchera del año y después entregar lo creado en un altar indiferente para que decida si será olvidado ya mismo o solo un poco más tarde.
En fin, que divago. Escribo esta entrada porque he leído unas pocas novelas con el tema común de un futuro distópico, sucio y siniestro. Y que queréis que os diga: pudiera pasar. El mundo es agrio y su voluntad terrible. No obstante, lo que leo no es la muerte del mundo. Es la muerte de la novela como artefacto para crear nuevas visiones del mismo. Ya no parece haber voluntad de erigir historias que se confundan con la vida, sino una suerte de emociones primarias y enajenadas de la realidad para que creamos que producir una reacción es tener algo que contar. Supongo que pasa en todas las artes y se va infiltrando en las mentalidades. La idea de que apenas puedes confiar en nadie es la que va disolviendo el mundo mientras las ficciones tratan de edificios derruidos y carreteras solitarias donde hay algunos cadáveres al sol de cuando en cuando. La idea de que solo tú sobrevivirás, que eres especial y que llegarás donde nadie más puede es el truco pueril que tratan de implantar en todos nosotros.
Hoy luce un sol amigo y la gente trata de salir adelante. No puedo negar que existen el miedo y el odio. Pero deseo creer que no hay que temer ni odiar sino al rencor y al temor mismo. Las gaviotas surcan circulares el lienzo azul de un cielo despejado y vamos despertando. Puede haber algo más. Tenemos que creer que la belleza y la verdad, que en ocasiones son lo mismo, existen. Solo así lograremos salir de la soledad mental en la que el fin del mundo nos desea recluir.
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