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lunes, 7 de marzo de 2022

Lo inmutable. Siete de marzo.

Sucedió en otro tiempo. Ocurrió en el tiempo que ha transcurrido desde el inicio del tiempo, una muerte perpetua vencida abruptamente por nuestro nacimiento a la vida. El olvido ha derruido memorias y seres, pero aún llegan lejanos ecos, ondas en el mar de la noche. Nuestros ojos no estaban allí, no se vertió nuestra sangre, pero aún sus vibraciones nos mueven. Sucedió en el tiempo que erigió las columnas de los imperios y las rutas de los mercaderes, esculpió caracteres de las lenguas humanas en piedra, derrumbó ciudades, cubrió de selvas los palacios y envió plagas a las ciudades de los hombres.

Es curioso como tiendo a creer que el pasado es un lugar con un guión fijado y el presente el cataclismo que lo cuestiona. Es cierto, Aníbal no cercó Roma, las pirámides pervivieron y Hitler se suicidó en el búnker. Pero recibo sus despojos como parte de lo inmutable y una visión más cercana permite ver las cicatrices de cada vida, historia, remordimiento, euforia y lágrima de rabia. Lo que consideramos inmutable parece ser ceniza en el viento. El conflicto es el padre de todas las cosas. Otros, todos, sufrieron antes como sufrimos ahora. Y aunque no consuela, porque en realidad nada tiene consuelo, puede servir para saber hacernos herederos de lo bueno y enemigos de lo malo. Es acaso mejor ser un guerrero en la defensa de lo bueno que un heredero malcriado de sus ventajas. Nos llamarán a todos. Lo que hoy suceda, va contigo. Hazte digno de ello.

Antes de nacer la tempestad azotaba como hoy, y la guerra no acabará sino mucho después de que muera. Pero hoy vivimos y respiramos y nos asustamos y sangramos historia. Esta tarde es fría y un espíritu solitario flota sobre las aguas. El puerto semeja una ciudad nocturna en el inicio y el final de una ruta sin fin y las canciones pasan en sintonía invisible para que el eco del pasado siga atándonos a su son. Mañana será un día como hoy, de luz mortecina y miradas cansadas, pero hoy la noche ofrece su cobijo amargo y duro a una ciudad cansada de esperar otra vida, otra misericordia, la esperanza, una luz que bañe poderosa y sonriente un lugar mejor, una nueva frontera a la que huir donde el esclavo se ve libre de su amo y la naturaleza ofrece su paz, hacia el lugar donde la felicidad es eterna, no cambia, nos reconoce y nos llama. En el lugar de nuestra alegría primera, que nos desea con calma y orgullo un nuevo despertar.

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