Hoy el día amaneció luminoso. Un cielo diáfano transportaba leves nubes blancas que se rompían en su manto azul. El viento y el tiempo han ido trayendo una capa grisácea que ahora envuelve la ciudad. No hay mucha vida afuera. Los brillos metálicos apagados de las grúas y el cemento añaden pesadumbre a la hora. Los cristales reflejan la quietud y pasan las aves apresuradas hacia el canal, planeando en espirales que las van alejando. Puede que llueva. La calle es un rumor sordo que mezcla lo que acoge.
Me parece que hay en todas las ciudades y en todas las vidas puntos de equilibrio que necesitamos entre la novedad y la rutina. La rutina nos hace salir a buscarlos, contemplar algo distinto en el mismo paseo. Cuando la novedad excede, encontrar el punto de anclaje en esa sorpresa súbita. Se trata de una dosis de vida que reparte lo que permanece y lo que debe terminar. Ay, todo lo que acaba acaba antes de que lo sepamos comprender.
Me gusta imaginar esos lugares como grietas en el tejido de la realidad que emiten una luz cegadora que solo uno puede ver, pues para cada cual son diferentes. Pertenecen a los solitarios, los que buscan, los que están cansados. Ofrecen una epifanía de la realidad que buscamos y que no podemos soportar más que en pequeñas dosis. Son resquicios misteriosos. Dan a otro mundo que vive en este pero está escondido, más armónico, vibrante, emocionante, real. Pues la realidad se aparece como una comprensión última de las cosas, que están rotas tal como las vemos y forman parte de un mismo tapiz de eternidad en el que cobran sentido. En fin, así me gusta verlo. Sé que tú también lo has sentido. Momentos en los que todo parece estar bien y uno sabe que está viviendo un momento en el que todo parece estar bien. En el cuarto con la chimenea, en un paseo por calles fatigadas, en rincones coquetos y silenciosos. Hay lugares que resplandecen y te hacen brillar por dentro y que nadie más vera salvo tú.
Vuelvo la vista a mi ventana. La luz aguarda, derramada gris sobre un cauce dormido. Las nubes pasan, masa sin forma que cubre la cúpula del cielo. Otro día más, con angustia y dolor, con tambores de guerra. Otro momento para recoger los pedazos y hacer una forma con ellos que sostener contra la vida, el tiempo, el abandono. Porque no todo es soledad o ruido. Porque hay grietas de luz y tesoros esperando para dar armonía a su pasión fatigada... ¿O no es acaso un momento de plenitud suficiente para toda una vida?
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