Sucedió antes de que Sabina rompiera en indiscutible, pero en esa época tiene algunas de sus más hermosas canciones y tengo para mí que la Balada de Tolito es tan cumbre como cualquier otro tema de Joaquín.
Admito que en mi caso hay razones que desbordan los gustos líricos y musicales: simplemente, me gusta mucho caminar, como otros eligen hacer puzles, reparar coches antiguos, ver cine o hacer fotografías. Caminar me ayuda a pensar, me relaja del estrés del día, si lo hubiere, me sintoniza con el ritmo general de la vida, asfixiado por la hipernovedad y el vértigo en mi teléfono móvil; en definitiva, reduce el mundo de las infinitas posibilidades engañosas a un entorno tangible y habitable.
Camino las mismas calles la mayoría de las veces, es cierto. No obstante, siempre es posible encontrar un nuevo matiz a su apariencia y al día que haga irrepetible su conjunción. Ese es el reto, saber encontrar en lo que se repite lo que perdura y lo que maquilla, lo que nos lleva y lo que se queda. En fin, es más complejo de lo que pudiera parecer.
Ayuda a pensar, dije. Siempre me ha encantado la imagen de los discípulos de Aristóteles, los peripatéticos, discutiendo y filosofando dando vueltas al jardín (la palabra viene literalmente de un termino que significa 'dar una vuelta'). Y dando vueltas, caminando lento o rápido, la mente y el alma de alían con el cuerpo para entregar diferentes representaciones de la imaginación y combinar los recuerdos entre ellos y con los anhelos y deseos que no se han cumplido. Hay de todo: a veces pienso gilipolleces, que gano una discusión que tuve antes y en la que no se me ocurrieron los brillantes argumentos que aparecen ahora, que tengo una vida en otro tiempo y en otro lugar, que cambio mi vida súbitamente y la giro hasta un punto en el que todo aún me es posible, que soy un dinosaurio y me como a la gente que no me cae bien, etcétera... Otras veces, templa las impresiones, que en el día de hoy parece que deben tender a la rapidez y la simpleza para conseguir adhesión. En general, propicia un estado de ánimo calmado, reflexivo, sereno, a fin de cuentas, humano. Todo lo que hace una persona lo es, concedido. Pero me parece que hay actividades que conectan con lo que somos de forma más honda, quizá algo más sencilla.
Las más de las veces, es un conjunto de todo, de oír música, mirar el móvil, tratar de capturar el momento y pensar que cada instante nos regala sorpresas y que caminando las hallaremos. Después de todo ello...morirse debe ser dejar de caminar. Camino, trato de aliviar el dolor del cuello, imagino las naves de los aqueos, pienso que tras las nubes puede haber una ciudad de oro o un OVNI, tarareo alguna canción sin motivo aparente y pienso en lo que he dejado al otro lado de las olas y que nunca olvidaré y a lo que deseo volver a cuidar.
Hoy caminé descalzo a la orilla del mar y resultó que no necesitaba mucho más. Viendo el vaivén de las olas bajo un cielo infinito y amable, la mar aparecía como un camino que lleva a sus propios secretos. Y el hecho de que exista un secreto así en alguna parte es de lo que depende todo. Ahora, la tarde declina entre una luz pausada y el clamor de las gaviotas, que vienen y van como un ejército airado. Una brisa cálida recorre los cuerpos que caminan y el paseo empieza a desvanecer las voces del día. La vida tiene su propio vaivén y ahora mismo requiere observar y urge a no desperdiciar un solo minuto. Llega a ser quien eres, parece susurrarnos. En el paseo de cada día y en la consagración de nuestras inclinaciones, un Dios desconocido, solitario y lejano, acaso la suma de todos los dones que miramos y no sabemos ver cuando vamos más deprisa, permanece y espera. Y poco a poco, hasta llenar la noche, pétalos de oscuridad caen sobre la mar cansada, esperando la aurora para poder volver a brillar y mostrar mañana, siempre de nuevo, nuestros rostros en su infinito espejo.
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