Los peligros de la exaltación: cuando estaba aprendiendo casi todo antes de saber que no supe nunca nada, leí un aforismo de Nietzsche en el que escribía que las convicciones son cárceles. Yo admiraba su fiereza y lo que me parecía una lucha sin fin contra el convencionalismo y me acabé convenciendo de su aserto, como de tantos otros. Luego, si la vida es pródiga, da oportunidades infinitas de aprender, las más valiosas, duras y duraderas en la piel propia. No creo que todas las convicciones sean cárceles ni todas dudas liberadoras, aunque generalizaría así. No creo que sea la cuestión, tampoco; si así creyera, tampoco escribiría una bitácora personal, por modesta que sea. El asunto, me parece, es, ¿por qué es necesario tener tantas opiniones?
He llegado a creer que la opinión ubicua es el opuesto de la inteligencia, que es otro de los nombres de la prudencia. Hoy no parece una opinión muy popular, porque nos tratan de convencer, contra toda enseñanza y experiencia anterior (que también se ha ido) que destruir es necesario y construir sencillo. Sabemos, sabíamos, que lo que nos parece inmutable es en realidad tan frágil que asusta y cuesta un momento derribarlo y que edificar cualquier sentido, obra o vida es un proceso arduo y lleno de errores que, no obstante, merece la pena. Acunados con la nana repetitiva de que todo nos será concedido y será fácil, opinar de todo y todos es la búsqueda perpetua de una utopía que nunca llegara porque solo funciona como certificado de almas bellas para satisfacción de la manada. Una pena: todo el mundo merecería vivir las ideas que dice defender; si no te juegas la piel, de nada sirve. Oh, lengua sin manos, como osas fablar.
Las ocurrencias sin fin son una perpetua dinámica que consume lo que dice sostener. Vivimos en un mundo virtual y real lleno de puntos de vista sobre cualquier tema que se presente. Esa urgencia por formarse una opinión y articularla inmediatamente me parece una muestra de la corrosión de nuestro carácter y de nuestra vida social. Es un zumbido de ansiedad de nuestra ignorancia suplida por el acceso a fuentes de verdad oficial que resuenan en cámaras de eco oscuras. Supongo que es el signo de este tiempo...sentir terror a ser una sombra fugaz entre los destellos fugaces con los que nos bombardeamos y manipulamos las percepciones con una frecuencia tan abrumadora que pasa por habilidad.
La noche ha caído, más tarde como es en julio. Jirones de nubes muestran una luz como de trazos frenéticos de esos cielos de El Greco, con la brisa suavizando la calidez y las luces del puerto abriendo la luz al mar que. negro, se cierne sobre otra madrugada con su vaivén reposado. No se oye chiar a las gaviotas ahora, estarán en su sitio, imagino. Espero que la ausencia de opiniones, extirpadas, traiga algo de paz. Los rumores subterráneos del mundo nos rodearán. Pero no me importa.
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