Hay vidas que caen como hojas inconscientes,
Otras son certeras como sibilantes flechas,
Y todas son un fluir sin remedio
En corrientes insensibles de trabajos y penas.
Hay también quien está agazapado,
El arco tensa y los segundos vibra:
Padre de Dios, el Tiempo, que arrulla
El nido intranquilo de los días.
Yo he visto en ocasiones un alba distinta
Temblando en el agua de la acequia.
Hay otros mundos respirando en éste
Desde frescas tinieblas.
Sé que nada alarga lo que queda
Ni otorga a la herrumbre del pasado oro,
Pero el jazmín fragante y el espino seco
Bordan la calma del alma del otoño.
Allá sigue el sol enfrentando la sombra,
Allá va el caracol recogiendo hojas grises,
Allá va la vida desguazando su presa,
Allá va, desnudo, todo lo que existe.
Vuela sobre el monte de coníferas altas
Sigue en el torrente el cantar del gorrión,
Pasa veloz y grave la tumba de silencio
Posa en paz el fruto maduro de tu corazón.
Sé que hay también sonidos inquietantes
Y las fuerzas fallan. No estés triste.
De todo lo que nos puede llevar al reino frío
Sólo otorga honor aquello que se elige.
De la voz ronca
Y el lamento aciago
No escuches al temor,
No eres ya más su esclavo.
No te aprisiones entre paredes de angustia
Y sigue escuchando el latir que te llama
Desde lechos marinos donde nadie aún estuvo
En un fuego de libertad que no conoce alarma.
Del ruido inconsolable
Que siembran las antenas
Sabe hallar un silencio fértil
Que conforta y serena.
No caigas en el miedo ansioso
Que surca las aceras...
Hay un mundo mejor
Esperando ahí fuera.
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