No es una obra maestra, supongo. Confieso que nunca he sabido lo que puede significar el término aplicado a la percepción general; el arte debiera ser una forma de comunicación entre el creador y el receptor, y en ese territorio ignoto, como una llanura nocturna iluminada de cuando en cuando por feroces rayos, los otros nada sabemos. Sí me resulta interesante por el juego que plantea, y porque lo he visto hace poco en el museo.
Según la tradición cristiana, Cristo resucitado se apareció a unos discípulos en Emaús, que no lo reconocieron hasta que partió el pan. La escena se desarrolla en segundo plano, en el recuadro superior izquierdo. Me abruma el talento de Velázquez de recoger el asombro de uno de ellos con solo un escorzo de la mano: la vida pura se manifiesta más vívidamente en los detalles. La mulata (así se llama el cuadro, o 'La cena de Emaús') muestra su sorpresa en ese momento. Todo lo que el artista ha creado en primer plano, su personaje, los cacharros de la cocina y la mesa se vuelcan en una parte alejada del cuadro y se iluminan con la revelación. No hay esplendor ni munificencia en la escena. Solo una verdad y lo cotidiano, que la verdad transforma en extraordinario.
Acaso aprender a mirar sea la lección suprema de la pintura, confundida por muchos, creo, en un intento fútil de representación absolutamente fiel de lo que existe... pero, ¿cómo podría ser eso? El mapa nunca puede ser el territorio. El privilegio del creador es escoger y la única suplantación de la realidad es la que cambia lo veraz por lo verdadero. Quizá esa sea la lección del día. La tarde aún no oscurece y muestra jirones rosados entre las suaves nubes. El río llega caudaloso a la mar y un rumor de aves, gentes y la vibración de la ciudad parece cubrir todo lo que existe. Bajo esa cúpula aparentemente anodina, la vida crea, golpea, sube, sufre, anhela y se abre camino. En todos los cuartos de atrás de todas las vidas hay llamadas a la concepción de un mundo nuevo. Los reflejos de los cristales de los edificios de oficinas recogen el brillo del ocaso que va declinando pesadamente y en sus formas curvadas y sus brillos esquivos, una puerta parece guiñar una oportunidad, una puerta que promete decirnos todo, si acaso llega el momento en el que estaremos listos para recibirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario