Los antiguos levantaban catedrales porque tenían creencias. Hoy nos adormecemos a la sombra de muros precarios porque sólo nos quedan opiniones. La verdad, el dictamen de Heine, como todo aforismo, envuelve una verdad en una simplificación excesiva para que su mecha gane potencia. Lo cierto es que la hipernovedad y sus frutos han creado un sentimiento colectivo difícil de definir, de fascinación y temor al futuro. El futuro se ha convertido en un Dios cruel y exigente, a imagen y semejanza de sus cautivos fieles.
No obstante, hay a su vez una servidumbre acrítica hacia 'lo nuevo'. Parece que cualquier novedad debiera dirigirnos a una situación más auspiciosa. Pero la historia no progresa; simplemente, sigue adelante. La necesidad de cambios constantes y más radicales cada vez sólo puede conducir a la nada, lógicamente. Es allí cuando a la fascinación por lo novedoso se une el siniestro presagio del fin inminente y el refugio en el yo que crea una realidad para huir de la realidad. Uno piensa que esa prisión autoimpuesta demuestra que el peor temor es el miedo al miedo mismo.
Claro que influye la pobreza de experiencia que describió Walter Benjamin, sujeta a la inflación de cualquier cambio y en consecuencia cada vez menos valiosa. La costumbre y la tradición son irracionales, sin duda, pero el impulso adánico pretende que la realidad de todos se adapte a la escala vital de la vida del yo, que se pretende sin cargas...y, ay, deja la vida como una sombra tras demostrar que lo es postreramente, siempre tarde. Hay quienes ni siquiera llegan a la hipocresía; creen de corazón el discurso corriente y siguen felices disueltos en la marea. Para ellos, como para nosotros, las pruebas esperan y juntos deberemos afrontarlas.
El desprestigio de la admiración que, como el amor, florecen lo que eligen y desprendiéndose, crean. La decadencia del ejemplo, el heroísmo, el honor, entendida cualquier jerarquía como violencia, como si el espíritu singular no tuviera el derecho y la obligación de dejar rastro. En fin, el desprestigio de lo que tiene raíces en busca de cualquier espejismo de alas significa que ninguna acción importa, porque será borrada pronto por la siguiente, como si tratáramos de escribir en el agua que fluye. La educación podría ser la herramienta que hiciera que la vida que está por venir fuera más llevadera, con dignidad y orgullo, sin el vitriolo innecesario que deforma cuanto toca simplemente por dejar una efigie mas hermosa.
La ansiedad de un fin inminente y trágico logra un milagro infernal: agosta los brotes del futuro y la imaginación. Depende de nosotros no hacer que la ansiedad al futuro logre que la profecía se cumpla.
No sé por qué he vomitado estas palabras a esta hora. Quizá yo también siento temor, las aves se esconden en la oscuridad, el viento también se ha ido y el rumor del mar ofrece un silencio amargo y siniestro. Espero que una luz se abra en la madrugada. Que nadie la vea, que sigilosa se abra camino contra la noche y la alborada la acoja, contra las pupilas deslumbradas de todos los que caminamos cansados, que la vida abra sus pétalos y llegue otro tiempo sin más temor que al terror ni más odio que al rencor, para que llegue un mundo alegre, distinto y nuevo.
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