Translate

domingo, 7 de agosto de 2022

Tardes de domingo. 07/08/2022, 16:12

Por alguna clase de perversidad, de broma infinita, pareciese que nuestra mente goza tratando de escapar de sus confines. Puede que la plenitud sea olvidar todo excepto el lugar y el momento. De veras que no es sencillo. No se trata de no pensar, sino de evitar esos súbitos ramalazos de comprensión, trayendo un gozo o un malestar súbito que persisten incluso cuando hemos encontrado la razón de su existencia, traídos por una brisa invisible que mueve nuestras ramas en una llanura lejana a la que no sabemos acceder casi nunca.

Las tardes de casi cualquier domingo están formadas de esa sustancia extraña, al menos en mi caso. Resulta como si el aire fuera más espeso, una confusión peculiar que puede pasar por lucidez o por simple grito silencioso y calmado contra el segundo que nunca se demora. Avanza pesadamente, como un carro que tiene que avanzar entre dos aldeas por caminos embarrados. Es una masa informe de actos y mecánicas que parece expandirse en el momento para mañana ser sombra apenas, nada. Esa es la naturaleza del tiempo: volar cuando algo de propósito nos ocupa para después expandirse y ocupar una forma tranquila de alegría y detenerse como en un lago de ondas quietas para desaparecer entero en los días en los que nada nos alcanza ni agota. 

Gastamos los años y los años nos gastan. Hice algo de deporte, leí, he comido y he visto un poco de fútbol. Poco más da. Parece que mi mente ya recuerda el lunes de mañana y me trae un zumbido de ansiedad familiar que no cesa de rechinar y no sé por qué. Podría ir de nuevo al parque, caminar en una playa nublada o sentarme a ver la gente y la vida pasar. Lo haría, sería consciente y concentrado y no cesarían los impulsos de recordar otro día, otra semana que viene entre tumulto interno y hastío, búsqueda de profundidad en lo cercano y un sentido en lo lejano, en este tiempo turbio que desea hacer de la ansiedad virtud y de la infelicidad el signo de la probidad, porque la sumisión es la verdadera dicha. Veo caminar a grupos, parejas, algunos solitarios de camino al centro. El río acompaña indiferente sus cavilaciones sin ningún orden más allá de su propio fluir incesante. Los pájaros juegan y se alejan, los edificios laten en un silencio hueco y las ventanas abiertas dan a otras vidas. El bosque y el mar laten desde la lejanía y nosotros seguimos avanzando porque no hay donde retroceder o pausarse, con la mirada en la cúpula del cielo, los recuerdos en el corazón y caminando hacia una luz, agotados y aún fuertes, hechizados en el bosque de la perpetua promesa, caminando por sus bifurcaciones sin mirar atrás, caminando aún, sintiendo aún, volando como sombras en una densa bruma, en un mar de impresiones azotado por una lluvia constante, quebrados y confusos, como dentro de un sueño.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario