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martes, 23 de agosto de 2022

Los pequeños heroísmos. 23 de agosto.

Llevo unos días con pensamientos acerca de El señor de los anillos (en fin, cada uno con sus historias) y las confusiones de las traducciones de la mitología a lo audiovisual, indiscutible reino del hoy. Como llevo tiempo sin actualizar el sitio, vierto algunos pensamientos en una entrada breve.

Un mito no es sólo lo que recoge, sino una visión del mundo preestablecida que juzga superfluo añadirla en detalle; Borges observó que sería una vulgaridad que las narraciones árabes detallaran los camellos. Por ello, la poesía, la visión del mundo y su destino, la eucatástrofe y el sabor agridulce del sacrificio no son muy traducibles. En realidad, nada es transmisible tal cual es. Cada comunicación llena mas pierde una parte del caudal primero 

La historia de Tolkien, su mitología para un país que la tenía fragmentada, inserta en su lucha teológica del bien contra el mal la aventura y la desgracia, suertes de un plan que nos está vedado. No es nuestra labor conocerlos, sino dar un paso al frente cuando la época nos llama, si somos desafortunados, y si no, no cejar en la tarea de salvar al mundo cada día sin que nadie lo sepa. Acaso es esta mi visión de la aventura en el devenir de la Tierra Media llegada una edad más tranquila, sin tantos prodigios y terrores irresistibles: los pequeños actos de bondad salvan el mundo cada día. Sin más.

Temo que la épica (que, en sus momentos más altos, desborda el corazón de un modo más conmovedor que la lírica) se devalúe en una baratija de fragor y voluntad de poder en un recuento de acciones que inútilmente buscan aplacar un olvido. De su sacrificio la voluntad moderna ha aceptado que no es necesario porque su propia invocación perdona el dolor. Es justo al contrario. Por eso el mito lo disfraza, porque la belleza es el grado de lo terrible que podemos soportar. Las peleas quijotescas (en su peor sentido, ridículas) contra caricaturas no enaltecen a nadie. La serenidad inmutable contra el zumbido de ansiedad de fondo que erosiona el alma es una buena receta para la vida, aunque no exalte ni venda.

La tarde es calurosa, en un verano amable cuya calidez recuerda los días azules y el sol de la infancia. Las aves se suceden en las barandillas a lo largo del río y las nubes son traspasadas por la luz más limpia. Una suave brisa agita los mástiles y las briznas de hierba de los parques que recorren las gentes. Recibimos, acaso sin ser conscientes del todo los pródigos dones de la vida. La luz nos acoge y, como Sam en la hora más oscura en su travesía por una tierra hostil, nos dice que todo saldrá bien.

Allá, asomando entre las nubes por encima de un peñasco sombrí­o en lo alto de los montes, Sam vio de pronto una estrella blanca que titilaba. Tanta belleza, contemplada desde aquella tierra desolada e inhóspita, le llegó al corazón, y la esperanza renació en él. Porque frí­o y ní­tido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que habí­a algo que ella nunca alcanzarí­a: la luz, y una belleza muy alta.

Que la estrella de la esperanza os acompañe siempre. Que así sea.






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