Se ve muy bien en el deporte, que se ha convertido en el espectáculo y metáfora de la actualidad. Del campeonato se viaja a la jornada, de la jornada al detalle, del detalle a cada instante, de cada instante a una avidez temerosa de tenerlo todo. Gana. Gana de nuevo. Gana a los más importantes. Gana siempre. Gana atacando más. Gana defendiendo mejor. Gana jugando más bonito. Gana TODO. Gana y no seas soberbio. Pierde una vez y nada de lo que has ganado servirá. Después de todo, ¿qué es el triunfo, qué el éxito? A veces parece que traen alivio y no gozo. Y esa es la prueba de que no se ha ganado nada.
Uno entiende que a pesar de todas las comodidades actuales y el olvido de la penosa condición humana, la precariedad y la fragilidad de la vida son las que son; las que siempre han sido. La angustia resultante de la tensión entre la realidad robusta y la ductilidad de las impresiones consoladores, aquellas que se incentivan para adular mejor a masas temerosas del azar, de la vida, resulta en choques sangrantes. Es muy fácil refugiarse cuando uno sufre erupciones de la enfermedad infantil llamada por qué las cosas ya no pueden ser como antes. Y entonces, tratamos de impostar la voz para que su frecuencia supere al zumbido de la ansiedad que el mundo eleva, suma de todos los miedos de todos.
¿Solución? No la sé, cómo podría. Supongo que no es mal remedio momentáneo contestar al eco. Con presente. Con gratitud. Con alegría que se basta a sí misma, la única verdadera. Y entonces, en la competición de vivir, tratar de ser simplemente la mejor versión de lo que uno puede llegar a ser, sin rendirse a las voces que amenazan burlas, miedo, fin. Todo ya llegará. Pero por ahora, que haya armonía.
Hoy, el sol luce tímido en un cielo azul y claro. Gente persigue balones en los parques y otros caminan cerca del mar. El viento es una brisa suave que acaricia las alas y los rostros y cuando se alía con la luz, pareciera prometer el conjuro más simple y noble, aquel de una gran contemplación, una vida tranquila, la descansada ruta, el camino sinuoso que tras añoranzas y pesares desplegará, como un tapiz deslumbrante y efímero, el gran silencio que nos falta.
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