Supongo que todos hacen lo mismo; es grato descansar de las costumbres, la herencia y el futuro predecible y entregarse a una potencial libertad arrolladora sin tener que sentir sus pequeños tributos: hay gente que uno desea conocer, como otros horizontes deseados, misteriosos y promisorios y también parásitos sin dignidad que no son capaces de irse de otras vidas a las que no están invitados. Pero bueno, eso también es la carrera del río del tiempo. Saber pasar y llevar lo que uno desee consigo mientras pueda, recuperar, perder y recordar, mirar al futuro.
Hay un pasaje del Don Quijote que me gusta mucho: Sancho ha conseguido y sufrido su ínsula y se ha hartado de las pretensiones y maldades de otros a quienes consideraba diferentes. Vuelve a su rucio conocido y lo abraza mientras llorando, dice:
Después, declara que va a volver a su antigua libertad, para que lo resucite de esta muerte presente. Ningún destino más alto que ser libre, sobre todo de la ambición y la soberbia, alimentos que avivan el hambre que dicen ahitar. Ese es un amable recordatorio de que las fantasías muestran una luz irreal, como los cuadros hiperrealistas. Nada malo en el relajo que que otorga el examen de otras capacidades que el rumbo tomado tronchó. Pero es malo vivir en un lugar en el que las capacidades se vuelven obsesivas y asfixiantes, y en vez de un lugar diferente y agradable, pintan palacios y triunfos vanos. Eso me digo, mientras la gente pasea en una noche que nace de un invierno desolado, demasiado pronto y demasiado larga.
La ciudad duerme entre las luces tímidas de los hogares en los que otros suenan, pelean, sobreviven, temen y anhelan. La comedia humana nunca se detiene y sus personajes hoy se refugian del viento, se alumbran y calientan, como los erizos, esperando la aurora.
Yo diría más bien tragicomedia humana.
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